martes, 7 de julio de 2015

Novela fractal


Pequeña Flor por Cristóbal Vergara Espinoza para Crítrica.cl

1. Apolo y Dionisio: La idea no era nueva, pero en El nacimiento de la tragedia Nietzsche la legitimó. En los pedregosos caminos de la estética está lo apolíneo y lo dionisiaco. Son formas distintas de construcción del objeto artístico que asimilan en el proceso los caracteres, míticos, de uno u otro dios. Expresión, caos, emoción, pulsión, voluptuosidad, erótica: lo dionisiaco; disposición, balance, forma, orden, razón: lo apolíneo. Concepciones diversas, legítimas ambas, pero en disputa durante la genealogía de la escritura. El nuestro es el siglo de lo apolíneo (vivimos aun en los resabios del XX, ciertamente). ¿Lo dionisiaco? Piénsese en el barroco, en el romanticismo. La literatura, desde el umbral del siglo XX, sacrificó la anécdota, sus oscuridades y asperezas, en privilegio de las formas. La nuestra es una literatura de las estructuras, de los tiempos, de los montajes, de los pliegues de la materia en los meandros extraños del texto.
2. Sistemas fractales: Fractal es el sistema que se repite a sí mismo, desde un nivel macro o del todo, en un nivel micro o de la parte, quizás hasta el infinito. Los copos de nieve, ciertas flores, las estructuras de ciertos materiales cristalizados. Hay un principio organizacional ahí. En cuanto a las escrituras ello se replica. Fractales poéticos por sobre todo. Y narrativos también los hay, por cierto. Sin embargo, en el segundo caso el fenómeno es escaso. Pienso que debido a que la novela siempre ha sido entendida como un devenir, un avance o flujo constante de ciertas materias. Así, su posible estructura fractal resentiría la continuidad del conflicto y el desarrollo de las personalidades que ahí habitan. Y es cierto. Coincido. Pero antes afirmé que el nuestro es el siglo de las formas y el fractal es una de ellas: un principio apolíneo. Así, hallé en Pequeña flor una novela fractalizada, una apolínea cuya estructura se pliega constantemente sobre sí misma, repitiendo sus intensidades e hitos. Ciertamente, la estructura de la novela se contiene en cada parte, con intensidades inusitadas en un cierre cuyos detalles comprimen la completitud de la obra. Y cosa importante: no posee cortes. Un extenso y único párrafo que se fractaliza en hitos, en sucesos dispersos por ahí y que es preciso hallar.
3. El arte no posee fronteras: No conocía a Havilio. Fue una sorpresa el hallazgo. Conclusiones preliminares al respecto. 1. Hay similitudes entre los proyectos escriturales de Havilio, de Argentina, y autores chilenos coetáneos, como Bisama, Zambra, Cotamagna, Fernández. 2. Leer desnudo del prejuicio fronterizo me lleva a considerar que el arte (tal es la literatura) no opera a partir de lo que es particular a cada identidad (construcción en la que la nacionalidad cohabita junto a tantos otros materiales), sino que abarca aquello que es común a la humanidad: el arte es democrático y democratiza. 3. Leer autores jóvenes extranjeros amplía el canon del lector hacia dimensiones inusitadas. Cada lectura es una sorpresa que entabla diálogos con otras, que arma redes, establece líneas de fuga que permiten el escape al peso de lo canónico/nacional/geopolítico.
4. NADA/TODO nuevo bajo el sol: Borges afirmó que los temas de la literatura son cinco: la muerte, el amor, el viaje, la espiral y lo inefable. Piensen en ello. La afirmación es una verdad indesmentible. ¿Qué escribir entonces, cómo hacerlo, qué es la literatura, como variar en esos repertorios? La literatura no es un ejercicio de temáticas. En Havilio éstas son sencillas: las cinco están presentes. La muerte: el protagonista puede asesinar sin consecuencias, ya que sus víctimas resucitan luego de ello y olvidan lo sucedido; el amor: asistimos a una aventura acerca del fracaso del amor, uno que es un eco del fracaso existencial, y de la lucha por rearmar el locus de ese amor a partir de fragmentos imprecisos; el viaje: toda narración lo es, y en Pequeña flor éste es desde el encuentro al (des)encuentro; la espiral: la repetición incesante del crimen, del dolor, del derramamiento de la sangre. La novela insiste en las repeticiones, las repeticiones, las repeticiones; lo inefable: aquello que es imposible de verbalizar, eso sin nombre, la COSA lacaniana, subyace en los conflictos experimentados entre los protagonistas, determinando así un desenlace que es tan esperanzador como devastador. ¿Qué es lo nuevo? Pues, el juego fractal de las estructuras de la narración.