lunes, 27 de diciembre de 2010

Intimista y global

Por Matías Capelli
Publicado en Los Inrockuptibles Dic 2010


Ampliar el campo de batalla. Parafraseando a Michel Houellebecq, de eso se trata, para Iosi Havilio, la escritura. “Extender el territorio cada vez más, así sea en el juego con el lenguaje, el delineamiento de una trama, la aparición de un narrador, la necesidad de una historia”, dice Havilio. Acaba de publicar su segunda novela, Estocolmo, protagonizada por René, un chileno exiliado en Suecia con el Golpe de 1973 que regresa, muchos años más tarde, por primera vez a su país, escapando de un amante violento y trastornado. Ante la inminencia del reencuentro con su madre, ante la posibilidad, cada vez más palpable, de que Boris, su amante, dé con él en ese rincón del mundo, René deambula por las calles de Santiago y viaja a la costa. Pero más que en la trama, la apuesta de Havilio está en dar con un clima emocional determinado. Una sensación térmica, mejor dicho, porque es la percepción de René la que cobra cuerpo a partir de la acumulación de detalles, de sensaciones, de pequeños sucesos que van dándole al libro un aire enrarecido y desesperante. “René es un ser condenado a escapar, fundamentalmente de sí mismo. Esa incomodidad intrínseca hace que todo el resto le resulte extraño, incómodo, traumático, dejándose golpear por lo sórdido incluso allí donde otros no lo ven. Así justifica todas las huidas”, dice el autor, que demuestra haber ampliado el campo de batalla en cierta dirección tras la buena recepción de la crítica y de los lectores que tuvo Opendoor, su primera novela. Tanto en sus personajes como en las zonas que éstos transitaban, Opendoor (en cuya continuación Havilio se encuentra trabajando) tenía una impronta más localista; ya desde el título, que hacía referencia a la localidad bonaerense. También desde el título, y dadas las coordenadas biográficas de los personajes, la lengua casi neutral del narrador, e incluso su clasicismo, Estocolmo resulta más “global” en términos literarios. “Ni el exilio, ni el socialismo, ni la homosexualidad, fueron para mí temas. En un libro vivo no creo que existan temas. Lo único que veo verdadero es la materia de la cual está hecho el mundo de ficción que te convoca, más allá de las referencias geográficas, históricas o autobiográficas. La desazón de René, su angustia constitutiva, puede estar atravesada por coyunturas contemporáneas, comprobables en buena parte de occidente, pero el dolor es suyo, único, y anula todos los accidentes. En ese sentido, me atrevo a decir que es una novela intimista.”

martes, 21 de diciembre de 2010

Temor y turbulencias

Por Javier Mattio para La voz del Interior 17/12/2010 

Aunque su objetivo parezca hacer implosionar el género -todos los géneros-, dejando sólo la ficción, la adicción por la narración imprevista, descarnada, como único horizonte, lo cierto es que Estocolmo termina afectando también al mundo exterior, instaurando algo así como una nueva e insoportable náusea contemporánea.

Distanciado del mundo contenido, preciosista y detallado construido en Opendoor, su primera novela, Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974) se rige ahora por una escritura abismal, sin bordes, que atraviesa países, épocas e historias dentro de historias distintas sin ánimo de cincelar, ordenar o pulir demasiado. Estocolmo narra -a grandes rasgos- el viaje de René, un chileno que ronda la cincuentena, hacia su tierra natal, después de haberse exiliado en Suecia durante más de 30 años. Así se mezclan evocaciones lejanas de Salvador Allende (con ecos de manifestaciones anti-globalización a la vuelta de la esquina), el acecho de un salvaje amante joven (Boris), de origen eslavo, y una serie de escalas sonámbulas por Madrid, Cartagena, Santiago, hasta el retorno a Suecia.

Pero Estocolmo no es, en ese orden, ni una novela política, ni una paranoica, ni siquiera una de viajes. Es una novela en trance, en el sentido estricto de la palabra, un relato homeostático situado a medias entre la percepción de una subjetividad dolorosa, pasiva, distante, y el movimiento casi imperceptible de un mundo abierto compuesto de una misma y desagradable sustancia. Desde los chats de homosexuales a los monumentos turístico-ancestrales, desde los cines porno clandestinos a las habitaciones solitarias de hotel, todo parece unido por el mismo fluido viscoso, un latir interno que alcanza su clímax en una disco infernal en el seno de Santiago de Chile, en la que René se pierde entre laberintos temáticos, estridencias sonoras y toboganes grotescos que conducen a una obscena "fosa" de cuerpos enredados. Símil arquitectónico al de una novela que combina pisos narrativos y géneros titilantes con la sola intención de vaciamiento, de abandono febril, y todo a caballo de un vértigo anfetamínico y agonizante.

De allí que tanta fabulación hacia adentro estalle hacia afuera, en la forma específica de un malestar narrativo que se hace "existencial", o al menos sensible, como una impresión, un zumbido, una incomodidad. Y tal vez en ese sentido Estocolmo sí sea una ficción "política", la traducción literaria de un mundo infinito y claustrofóbico, concreto y efímero, cuyo principal temor -el mismo de René- es que caigan sus aviones.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Pisaré las calles nuevamente

Por Luciana de Mello
Para Radar Libros 5/12/2010

El 11 de septiembre de 1973 René está en Estocolmo en un encuentro de jóvenes socialistas y el bombardeo a La Moneda lo encuentra ahí, en el sillón del primer hombre que lo desvirga mientras las gotas de sangre caen de su nariz formando círculos rojos sobre un tapizado blanco. Ese día comienza a quedarse varado en aquel país tan lejano a su Chile natal. Treinta años después René está volviendo a Santiago, masticando su dedo meñique y enfrentando el miedo a volar, su miedo a morir de cualquier cosa mientras que Boris, su amante balcánico que está preso en Suecia, lo amenaza con encontrarlo y arrancarle los ojos de la cara. El motivo de esa venganza es la traición de René, quien acaba de entregarlo a la policía. Amor, crimen y venganza bosquejan la silueta de un policial, pero no: Estocolmo busca ir más allá del género. Como en su primera novela, Open Door, Havilio apuesta todo al trabajo con la escritura, a la construcción de una voz propia que dispara el género hacia adentro a través de la forma. Estocolmo es una apuesta aún mayor. La narración se va metiendo hacia adentro hasta pinchar ahí donde más duele, la pérdida del sentido que se hace carne y movimiento inútil en ese deambular del personaje a través de su propia vida.

El exilio de René no es forzado, no hay torturas ni estadios con militares acribillando gente a sangre fría. Los discursos políticos vuelven como ecos de una vieja época y se mezclan con oraciones cristianas a modo de souvenirs y estampitas por las calles de Santiago. Y aunque Estocolmo no sea sólo una historia de exilios, el asesinato de Allende es el comienzo del fin, la caída en el vacío de las cosas. Hay algo llamativo de Estocolmo y es el hecho de que un autor argentino, de la generación que se “autoexilió” en Europa frente al derrumbe económico, se siente a contar, eligiendo Chile como epicentro del caos y lugar de origen, el autoexilio de su personaje René. Algo en esta operación de corrimiento trae ecos de todos los exilios de Bolaño –el físico, el narrativo, el del lenguaje–, así como el desplazamiento al otro lado de la cordillera de Alan Pauls en su Historia del llanto. Pareciera haber una imposibilidad de contar tanto vacío desde adentro, entonces estos escenarios dan lugar a una aproximación desde la distancia. Entonces la fuga no termina: así como la muerte de Allende desencadena su estadía prolongada en Estocolmo, el motivo del regreso también es una excusa, nada se decide. A raíz de unas charlas de la Cruz Roja en Chile, René viaja con dos jóvenes inexpertos miembros de la organización que lo acompañan como si fueran parte del decorado. Esta vuelta al país –hundido aún en el caos– sirve a René como un nuevo escape, esta vez de la furia de Boris, personaje que encarna la fuerza vital, así como también la violencia y la pulsión de muerte del relato.

La historia de René comienza en el epígrafe “Ay, estoy solo, solo sobre la tierra” grita el René de Chateaubriand. Y más abajo el Manifiesto de Lemebel prolonga esa soledad multiplicada del homosexual marginal: “Yo no pongo la otra mejilla/Pongo el culo compañero/Y ésa es mi venganza”. Exilio, militancia, homosexualidad y soledad conjugados en estos dos epígrafes. Después, una voz narrativa tan contenida como desesperada relata el viaje de su protagonista que ha quedado encerrado en su propio exilio interior. Esa soledad, ese dolor, toma forma en cada una de las cosas que René se detiene a comprar en las calles de Santiago. Ya sea una estatuilla de Rómulo y Remo mamando de una loba que nieva por dentro cuando se la sacude, un poster de Allende levantando los brazos en señal de victoria, o una sesión de masajes eléctricos, las mercancías hablan más que las personas. Cada uno de los personajes que cruzan el recorrido de René dibujan una célula más de la incomunicación, un gesto melancólico e impotente, mientras el estilo se detiene en los detalles de las cosas hasta vaciarlas de sentido. Entonces René camina por Santiago alucinando el único encuentro que lo devolverá a la vida, el encuentro con Boris, el hombre a quien ama y con quien el amor tiene la forma del sadismo. El caos que reina en la ciudad es, desde la errancia de René, semejante al silencio que inundó la Tierra después del estallido de la bomba. Las bombas que apuntaron a La Moneda, los evangelistas profetizando el fin del mundo, el balazo que mató a Olof Palme, o el inevitable Alzheimer justificando el olvido de una madre ante su hijo, comienzan a ser nombrados de otra forma, cuando Boris al final los grita todos juntos, y son como todo el odio de la humanidad saliendo por la boca: “Sin bajar la guardia, René se enternecía. Y de a poco, esa murmuración embrionaria, desarticulada, se constituía otra vez en discurso, el último antes del clímax. Ahí era cuando Boris usaba palabras como vida, mierda, sentido, droga, condena, madre, otra vez mierda, alma y destrucción”. Entonces Estocolmo, ese punto norte de frágil “perfección”, el que da nombre al síndrome donde la víctima se enamora del verdugo, olvida para siempre su lugar de refugio en el exilio: ahora es el punto donde la fragilidad termina de quebrarse, como el cristal que estalla con un grito.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Piedra en el zapato

Dice Fabián Casas vía Eterna Cadencia:

Les recomiendo el libro nuevo de Iosi Havilio. Es un escritor extraño, imprevisible. Que no sigue ningún tipo de corriente y que parece surgir de la nada. Siempre y cuando la nada sea un lugar vivificador, de alta experiencia. En Opendoor -la primer novela- Havilio impacta por la frescura de su prosa y la agudeza de su trabajo sobre el lenguaje (esto no puede significar nada, mejor leánla). En Estocolmo, la apuesta es más alta. Hace poco le dije que pensaba que esta novela no iba a gustar, precisamente porque era una apuesta muy alta dentro de su propio registro. A partir de una imagen, de una idea, de un personaje entrevisto en su vida, Iosi construye un relato sólido que produce en los lectores ganas de escribir y no de escribir cualquier cosa, sino ganas de escribir en peligro, con la piedra en el zapato.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Alucinado y caótico

Por Mauro Libertella
Jam de Escritura 18/11/10 

Cuando recibí Estocolmo me amedrentó su volumen –casi 300 páginas. Tenía que encontrar el momento para leerlo. Pienso ahora que mi lectura personal del libro, signada por la interrupción y la fractura, habla mucho del libro. Es finalmente un relato de la errancia, un desplazamiento alucinado y caótico. Me gusta pensar que leerlo así, en los minutos muertos robados a un colectivo que no prometía nada, o en la espera de una fila imposible de banco, guarda una coherencia secreta con la trama de la novela.
De Opendoor recordaba la velocidad. Una prosa límpida, literaria pero transparente, que empuja al lector a apurarse, a seguir, a no parar. Estocolmo, paradójicamente, “narra” más escenas, despliega un viaje sin descanso, pero la escritura es pausada y trabajada. Da la sensación de que Havilio eligió cada palabra de un registro vasto, como si sólo se pudiera escribir eso con esa palabra y jamás con otra. El libro no es barroco, pero tiene una búsqueda literaria comprobable, que no es la búsqueda mas visible en los escritores de la nueva generación. Me acuerdo ahora de una frase de Borges: “todo escritor cuando empieza a escribir es barroco por timidez”. Quería decir, o por lo menos yo lo leo así, que el escritor joven se refugia, se esconde bajo los pliegos de un lenguaje tupido, abigarrado. Esa lección borgeana siempre fue para mi un faro, y m ayudó a erosionar los exabruptos, los excesos del lenguaje. La escritura de Havilio, en ese sentido, parece caminar por un finísimo hilo de aire; cuando cerramos sus libros, sobrevive al mismo tiempo una idea de trama y una sensación de escritura.
Hoy leía una entrevista a Graciela Speranza en donde decía que hay una tendencia dominante en la literatura contemporánea hacia la proliferación y la fuga de historias. Libros que narran, como en un tapiz o un mosaico, decenas de pequeñas historias astilladas aquí y allá en el cuerpo de un relato mayor que las contiene. Hay algo de eso también en Estocolmo. Speranza le adjudicaba a Aira esa impronta en la literatura que hoy se escribe. Es cierto que el recurso viene ya de Proust, no lo inventamos nosotros, pero esa voluntad hipernarrativa, de decirlo todo, está en Aira, claro, pero está también en Havilio y en otros autores de la new wave. 

sábado, 20 de noviembre de 2010

Rostro y máscara

Por Virginia Cosin. Publicado en Ñ 13/11/10


Iosi Havilio, escritor argentino, irrumpió en el mundo literario hace cuatro años y levantó una pequeña polvareda. Su novela Opendoor llamó la atención de críticos y lectores en general, que la encontraron difícil de catalogar, sin muchas filiaciones aparentes, enigmática y atrapante. Estocolmo es su segunda novela, y llega cargada de expectativas. 

En Opendoor su protagonista, cuyo nombre nunca se revela, vagaba sin anclajes, desarraigada del tiempo, los afectos, el pasado, el futuro; desplazándose de la ciudad al campo y del campo a la ciudad mudando, mutando. Nada se nos dice de ella, o de su historia personal. Apenas que en medio de un devenir indolente, azaroso, encuentra una mujer, que se convierte en su amante y luego desaparece misteriosamente. El pasado adquiere alguna consistencia solo a través del interés que despierta en ella la historia del lugar en donde, por obra de esa misma indolencia, termina afincada. 

En Estocolmo nos encontramos con un personaje cuyo presente se transfigura cuando entra en coalición con su pasado. René es el nombre ambiguo del hombre que, cuando empieza la novela, está a punto de embarcarse en un avión que lo llevará de regreso a su Chile natal, después de treinta años de vivir en Suecia, país en el que, al igual que sucede con la chica de Opendoor, se radica sin que medie una decisión voluntaria. No se nos dice en ningún momento, tampoco, el motivo por el cual René decide regresar. Solo sabemos que allá quedó su amante eslavo que lo obsesiona, de quien huye y a quien busca desesperadamente, al mismo tiempo. 

Hay algo en común que une a Opendoor con Estocolmo: los acontecimientos no son transitados por sus protagonistas, sino que las cosas les “pasan”. Y si ellos cambian, es porque mientras permanecen estáticos, el tiempo se los lleva puestos. Quizás la diferencia entre esta nueva novela y la anterior es que acá poco importa el relato en un sentido tradicional, en cuanto sucesión de acontecimientos. El espesor de la trama, en Estocolmo, se construye por capas. No hay un pasado, sino muchos. El de los relatos míticos o religiosos, el de las leyendas, el de los acontecimientos de la historia con mayúscula, el de las ficciones que se desarrollan en libros y películas, el de la memoria personal que es, una vez que es evocada y se transforma en recuerdo, otra ficción. Es en ese hacer y deshacer que el lector de Estocolmo se zambulle y emerge como si, junto con el protagonista, buscara un anillo perdido en el fondo de una pileta. 

En su peregrinar por su ciudad natal René va haciendo un relevo de esos relatos contenidos en diversos soportes: folletos, panfletos políticos, revistas, subtitulados, inscripciones de carteles, libros de refranes, slogans publicitarios, prospectos médicos. La ciudad, descripta con una minuciosa letanía, se convierte por momentos en un escenario iluminado por reflectores tan potentes que René es apenas una sombra, que se vislumbra a contraluz. En otros, la lente de Havilio se vuelve tan potente, que apenas podemos ver fragmentos como a través de un microscopio en donde lo más pequeño e insignificante cobra una dimensión monstruosa.
En suma, Havilio logra otra vez, aunque quizás de manera menos lograda que en su anterior entrega, construir otro objeto escurridizo, difícil de definir o atrapar en una sola interpretación. Quizás, lo que resulte más interesante sea ese punto de sutura en el que los diversos hilos con los que se arma una trama quedan como atorados en la máquina de coser y se anudan entre si: presente y pasado, ser y estar, ficción y memoria, mito y realidad, rostro y máscara.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Escozor

Por Daniel Ruiz García para Estado Crítico

Por esta estúpida tendencia que uno tiene a que un libro le recuerde a otro libro, a mí el libro Estocolmo, de Iosi Havilio, me ha recordado a las novelas más intensas y turbias de Highsmith. Quizá puede ser por esa forma de narrar, a la vez densa y llena de nervio, con un afán de psicologismo permanente que no está en colisión con la narración de hechos, con la acción, de forma que todo el tiempo parece que estemos asistiendo a algo que sólo se barrunta. Es, no sé si me entienden, esa sensación tan propia de que “algo malo va a pasar”, y a lomos de esa sensación la novela va avanzando. Al final resulta que lo malo que uno pensaba no es lo malo que realmente ocurre, y así Iosi Havilio juega con nosotros ejerciendo de tremendo comediante, de un bromista con una vena decididamente macabra.

Esa tensión latente que recorre la trama es lo que favorece una lectura bastante rápida y amena, en la que concedemos transitar por meandros que no son decisivos para el argumento pero que nos gustan porque están muy bien trazados. También nos gusta que Havilio enfrente el hecho novelístico desde una modernidad nada impostada en relación con la historia que aborda: René, un chileno que reside desde hace casi cuarenta años en Estocolmo (abandona su tierra natal en el momento del golpe de estado contra Salvador Allende, y por tanto ejerce como exiliado político), trabaja para la Cruz Roja. Tiene un miedo enfermizo a volar, lo que le ha impedido abandonar Suecia en esos cuarenta años. Sin embargo, finalmente se decide a hacerlo. Le lleva a ello cierto deseo de regresar a su pasado, de reencontrarse con los escenarios de su infancia, con su madre, pero sobre todo su obsesión por huir. El objeto sobre el que se focaliza el deseo de huida es Boris, el amante de René, un balcánico politoxicómano que ha convertido su vida en un perpetuo carnaval de violencia y delincuencia, y con el que René mantiene unas relaciones propias del cuento más sórdido y oscuro de Sacher-Masoch.

El personaje de René está bastante bien dibujado: un homosexual entrado en años con un hábito compulsivo por la e-pornografía, pero con serios problemas para excitarse y consumar el orgasmo. Esta incapacidad puede entenderse como una materialización física de los agobios y miedos que lo atenazan, más perfectamente representados, por un lado, en el miedo a volar, y por otro, en su amante Boris. El amante balcánico está todavía aún mejor cincelado si cabe, probablemente porque la historia lo enfoca de forma más lejana y sugerente. Cualquiera que conozca al personaje logra representarse en su mente a más de un individuo de esa especie que le es cercano o conocido, porque es un tipo humano bastante común aunque, creo, poco transitado por la literatura, al menos no de forma tan efectiva como en Estocolmo: un despojo humano que sale adelante a través de un ejercicio permanente de supervivencia, en la que invierte sin escrúpulos todo su odio, toda su ira, toda su maldad. Un villano embrutecido que aquí, y eso es uno de los grandes logros de esta novela, llega a resultar en los últimos instantes incluso tierno.

Una novela, en fin, bastante perturbadora, que pone sobre el tapete a unos personajes que se desenvuelven con relaciones nada fáciles, en el contexto de los temas literarios universales: amor, violencia, sexo, memoria personal y colectiva… Un texto algo desagradable, probablemente, para los finos de estómago, pero muy apto para todos aquellos que gustan de la literatura entendida desde los difíciles y complicados márgenes de la narración consagrada a contar historias que escuecen.

martes, 16 de noviembre de 2010

domingo, 14 de noviembre de 2010

jueves, 4 de noviembre de 2010

Una novela de personajes

Por Beatriz Sarlo.
Publicado en Perfil, 31 de octubre de 2010.


Después de Opendoor, no podía resultarme extraño que Iosi Havilio escribiera una novela de personajes. Piglia, Saer han escrito novelas de personajes. Hoy la expresión misma parece algo antigua y, sin embargo, cuando se lee una novela de este tipo, se la reconoce inmediatamente con una especie de agradecida curiosidad. Los personajes en la ficción actual están casi siempre confinados a la literatura de calidad; es decir, relatos que son correctos, obedecen la gramática moderna sin exagerar, pero no son estéticamente interesantes. En Estocolmo, hay personajes y no es literatura de calidad sino literatura.

Estocolmo es estéticamente interesante porque tiene personajes que no son simples portadores de unas peripecias o de un discurso. No trabajan como transporte de un devenir narrativo fragmentario que hay que conectar, o de un devenir de la escritura. Son figuras (subjetividades) en el sentido más clásico. Y esto es bien difícil hacerlo cuando la novela no es tradicional ni es una novela de género. Tampoco es una novela psicológica. En las últimas décadas, se ha escrito mucho sobre la muerte del sujeto (libros con ese título fúnebre hicieron bastante ruido). Con el sujeto morían, por supuesto, sus representaciones literarias. Paradójicamente, se vive también en medio de un imperioso “giro subjetivo” y una reivindicación de los sujetos: la memoria y la autoficción en primera persona reclaman derechos subjetivos de “tercera generación”.

La novela de Havilio no tiene que ver ni con la muerte del sujeto ni con el giro subjetivo. Es simplemente ficción de personajes, aunque el protagonista sea una subjetividad plana, casi vaciada, a quien los hechos le suceden sin buscarlos. Aunque en el fondo de Estocolmo hubiera material biográfico (lo ignoro), no tiene ninguna de las marcas evidentes de esas señalaciones y coincidencias puestas para ser reconocidas, que caracterizan la autoficción. El personaje central de la novela está más cerca de Beckett u Onetti, cuando comienza a disolverse en la nada o en un fracaso que también lo socava como figura literaria, pero todavía sostiene la unidad del relato, no sólo porque permite que avance, sino porque el personaje mismo avanza, aunque su destino ya sea la destitución.

Estocolmo es también una novela de viaje, tardío Bildungsroman protagonizado por René, un hombre de cincuenta años, homosexual, que a los dieciocho quedó varado en Estocolmo, donde lo sorprendió el golpe de Estado de Pinochet. Ese chileno muy joven, después de varios meses, sin buscarlo ni proponérselo, se afinca en Suecia, donde adquiere un trabajo, hábitos y un amante, todo casi sin darse cuenta, aceptando el advenimiento de los hechos que son fortuitos pero, a la distancia, adquieren la enigmática capacidad de configurar una “vida”.

Después de treinta tres años, René vuelve a Santiago de Chile por primera vez, en una vaga misión de la Cruz Roja, acompañado por dos hermanos suecos, muy jóvenes, casi mudos, blandos y seguros, flexibles, curiosos a su manera, corteses y sonrientes. El hombre que regresa encontrará a su madre en un asilo, peripecia que parece central pero que se escapa de esa previsible convención de centralidad: todo es más importante que ese encuentro, aunque el tema reaparezca y sobre todo el lector no pueda olvidarlo. Este lado del aprendizaje tiene sus imposibilidades, ya que ahora no hay novela de aprendizaje donde algo se aprenda y, además, porque el desenlace de Estocolmo no corta ni cierra el suspenso fatal del vuelo de regreso.


El artículo entero aquí.

sábado, 2 de octubre de 2010

Estocolmo de acá

Así se ve el libro editado por Mondadori y así dice la contratapa.

 
Estocolmo una novela de Iosi Havilio

René espera que el avión despegue. Sentado en su butaca, siente los primeros indicios de pánico y se concentra en la respiración. El celular vibra. René duda tres veces hasta que decide escuchar el mensaje. Es Boris. La voz grave, rasposa, inconfundible, satura su oído: Te voy a matar, maricón de mierda... voy a arrancarte los ojos de la cara. Estocolmo cuenta la historia de René, que en el 73 viaja a Suecia donde lo sorprende el golpe de Estado contra Salvador Allende. Desde entonces, lleva una vida de exilio, soledad y amores humillantes e infelices. Huyendo de todo, René vuelve a Chile treinta y tres años más tarde. El regreso nunca es fácil y tendrá que enfrentarse a la vida que dejó atrás, pero también a la sombra hipnótica de Boris, su amante eslavo, que parece seguirlo a todas partes. El sexo, la culpa, los miedos y la cobardía son las piezas esenciales con las que el relato se va construyendo. El lenguaje contenido e intenso, lacerante por momentos, hacen de Iosi Havilio uno de los escritores más interesantes de su generación.

martes, 14 de septiembre de 2010

Estocolmo en Troya

Tapa y contratapa de la novela por Caballo de Troya


Estocolmo una novela de Iosi Havilio


La maravillosa historia de Peter Schlemihl, el hombre que perdió su sombra es el título de una novela de Adelbert von Chamisso que cuenta una fábula fáustica, absurda y siniestra. Pero la de René, el protagonista de esta segunda novela de Iosi Havilio -si no leyeron la primera, Opendoor, no se la pierdan (fue un éxito pero quedan existencias en el almacén)-, es una tragedia inversa: no puede librarse de ella ni encuentra diablo que se la compre. Una sombra que es plural y un rosario de culpas que el tiempo no disuelve. En los años setenta -golpe de Estado contra Allende- viajó a Suecia y allí permanece desde entonces, entre el exilio, la soledad y los amores desgarrados, humillantes e infelices. Huyendo de uno de ellos -un amante sádico, atractivo y nada sentimental- regresa en misión humanitaria a Chile en compañía de una pareja de jóvenes colaboradores. Regresar nunca es fácil pero lo peor es tener que subir a un avión: volar es un vía crucis para él (la verdad es que sobrevolar los Andes impresiona a cualquiera, y más si uno conoce aquella historia de accidente, extravío y canibalismo). Pero regresa y otras sombras le aguardan. No les cuento todo porque uno de los autores que publiqué recientemente, Roberto Enríquez, me echó una bronca por contar el final de su novela. Bueno, pues eso, que de guatemala a guatepeor y de ahí a lo peor de lo peor: la sensación estúpida y terrible de que el miedo y la ofensa sin venganza anidan en nuestro yo, viajan con nosotros y no nos dejan ni vivir ni morir en paz. La novela de un ángel caído, y sabemos que, lo dijo Rilke, todo ángel es terrible. Léanla, para que no se les olvide. 


Constantino Bértolo