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blog de iosi havilio
martes, 3 de noviembre de 2015
Tragedia de lo efímero
Lectura de Pequeña flor por Shirly Catz
http://www.espaciomurena.com/8399/
Una melodía de jazz sin cortes, que se dibuja como la espiral de una flor en la que el final vuelve a ser el comienzo. Una novela estructurada como un pliegue sobre pliegue de sí misma, y en la que cada frase contiene la totalidad, pero asombrosamente leve, como los mismos pétalos de la flor que compone: livianos y a la vez trágicos. Tragedia de lo efímero, sin dramatismos, sin detenimiento excesivo, sin freno en la narración, sin poder levantar la vista de la lectura, como si, al hacerlo, nos perdiéramos algo de ese mundo que avanza por sí mismo, mientras el autor compone con sutileza una imagen que, rápidamente, cobra existencia independiente y nos observa, desafiante. Repentino extrañamiento ante un universo en el que lo real y lo fantástico están a menos de un paso de distancia, en una indeterminación que no es otra que la de nuestras propias vidas.
Vidas en las que siempre somos otros, confesión que hace explícita el narrador desde el comienzo: un misterioso incendio inicia la historia, obligando al narrador a ser otro que él mismo antes siquiera de que sepamos quién es. A tal punto se volverá otro, que no se reconocerá a sí mismo, y cometerá un repentino asesinato contra su vecino sin encontrar razones claras para hacerlo. Improvisación, como una música ajena que nos atraviesa, de pronto. Porque acaso no seamos más que eso: intermediarios de una música que nos desborda, mientras el cielo se inunda de fuegos multicolores, “reminiscencias de una guerra lejana y espectacular”.
Otro es José cuando cava la tumba de Guillermo, enterrándose a sí mismo en ese movimiento, despojándose del que había sido antes del incendio -“Cavé con la potencia de dos hombres, embarrándome todo. Conté treinta y seis paladas. Mi edad en tierra”- pero esta tumba nunca será ocupada, ya que Guillermo, sorpresivamente, no habrá muerto. Es desde ese momento que lo que parecía ser su mayor destrucción, se transfigurará en el descubrimiento de un poder y en tema central de la novela: la resurrección.
También el amor muere y resurge, amor que para poder vivir, debe permanecer abierto a lo fantástico. Acaso por eso el amor de José con su esposa, dormido, reviva cuando se disfraza de alguien que no es él. O que es él, pero distinto. Su último acto será una prueba audaz, con la esperanza de que, sobre el terreno árido que cultiva, resurja como una flor solitaria. Milagrosa. Si no lo hace, al menos habremos vivido intensamente, y moriremos con una mueca de placer en el rostro, mientras de fondo suena “Petite fleur”.
lunes, 7 de septiembre de 2015
Catábasis y después
Pequeña flor por Ariel Pavón
http://revistaotraparte.com/semanal/literatura-argentina/pequena-flor/
No ha decaído el valor de la experimentación formal en literatura. Pese a la cantidad de textos que, en nombre de ciertas legibilidades, pretenden volver invisible la forma, aún persiste la exploración que subvierte lo establecido. Pequeña flor, la admirable última novela de Iosi Havilio, se estructura como un único párrafo, en virtud del cual el lector es literalmente arrastrado hacia el final, al encuentro del punto y aparte que demora toda una novela en llegar. Los hechos y las situaciones se suceden velozmente, sin generar vértigo como en las aceleraciones de Guebel o de Aira, sino a una velocidad de crucero que da densidad y volumen a la brevedad de la novela y la convierte en una extraña experiencia de lectura, donde el ritmo parejo de la acción escapa hábilmente a cualquier monotonía.
José, el protagonista y narrador, comprende una mañana que se ha quedado sin empleo. La fábrica donde trabaja es destruida por un incendio. A partir de ese momento se invierten los roles en la pareja y Laura, que vuelve al trabajo, asume un lugar masculino que provoca tensiones inevitables. Todo podría quedar allí. Ser la crónica del desgaste de una pareja. Pero un hecho incomprensible abre una línea de acción inesperada. La irrupción de lo fantástico deja fuera de circulación cualquier especulación psicológica, y aun sociológica, para centrarnos en la problemática de un don inexplicable. José descubre que puede ser un asesino ineficaz, pues lo que mata resucita, como si no hubiera muerto nunca. El “punto final” aquí se revierte —como equívoca metáfora de la transformación— mediante misteriosas resurrecciones, cuya única huella parece ser el desenfreno sexual en el que desemboca el narrador. Eros y Tánatos se imbrican en una dinámica que va de la muerte al sexo y al renacimiento, como en urgentes estaciones. En cada nuevo encuentro con su vecino Guillermo, José se aplica a una rutina de lo sensorial —y de lo sensual— que culmina cuando los últimos compases de la canción “Petite fleur” lo impulsan al asesinato; el papel de víctima aúna debut y despedida y Guillermo aprende a lucirse en él. El clásico tema de Sidney Bechet opera como leitmotiv, puntuando con un crimen cada episodio de una vida —la de José— atrapada en la oscuridad de un vínculo que se resquebraja, que experimenta sucesivas metamorfosis, cada vez más turbio y asfixiante, y que se despliega en ese párrafo único. Pero también “Petite fleur” actúa como clave simbólica que remite a Antonia, la hija de Laura y José, pequeña flor cuya lateralidad se revela vital, convirtiéndola en subterfugio y respuesta.
Con referencias directas a Tolstoi, Gorki y Dostoievski, Pequeña flor narra una lenta catábasis, el descenso a un infierno hecho de angustia y extrañeza, un subsuelo adonde no está obturada la esperanza del regreso, aunque la redención sea tema de un párrafo siguiente.
http://revistaotraparte.com/semanal/literatura-argentina/pequena-flor/
No ha decaído el valor de la experimentación formal en literatura. Pese a la cantidad de textos que, en nombre de ciertas legibilidades, pretenden volver invisible la forma, aún persiste la exploración que subvierte lo establecido. Pequeña flor, la admirable última novela de Iosi Havilio, se estructura como un único párrafo, en virtud del cual el lector es literalmente arrastrado hacia el final, al encuentro del punto y aparte que demora toda una novela en llegar. Los hechos y las situaciones se suceden velozmente, sin generar vértigo como en las aceleraciones de Guebel o de Aira, sino a una velocidad de crucero que da densidad y volumen a la brevedad de la novela y la convierte en una extraña experiencia de lectura, donde el ritmo parejo de la acción escapa hábilmente a cualquier monotonía.
José, el protagonista y narrador, comprende una mañana que se ha quedado sin empleo. La fábrica donde trabaja es destruida por un incendio. A partir de ese momento se invierten los roles en la pareja y Laura, que vuelve al trabajo, asume un lugar masculino que provoca tensiones inevitables. Todo podría quedar allí. Ser la crónica del desgaste de una pareja. Pero un hecho incomprensible abre una línea de acción inesperada. La irrupción de lo fantástico deja fuera de circulación cualquier especulación psicológica, y aun sociológica, para centrarnos en la problemática de un don inexplicable. José descubre que puede ser un asesino ineficaz, pues lo que mata resucita, como si no hubiera muerto nunca. El “punto final” aquí se revierte —como equívoca metáfora de la transformación— mediante misteriosas resurrecciones, cuya única huella parece ser el desenfreno sexual en el que desemboca el narrador. Eros y Tánatos se imbrican en una dinámica que va de la muerte al sexo y al renacimiento, como en urgentes estaciones. En cada nuevo encuentro con su vecino Guillermo, José se aplica a una rutina de lo sensorial —y de lo sensual— que culmina cuando los últimos compases de la canción “Petite fleur” lo impulsan al asesinato; el papel de víctima aúna debut y despedida y Guillermo aprende a lucirse en él. El clásico tema de Sidney Bechet opera como leitmotiv, puntuando con un crimen cada episodio de una vida —la de José— atrapada en la oscuridad de un vínculo que se resquebraja, que experimenta sucesivas metamorfosis, cada vez más turbio y asfixiante, y que se despliega en ese párrafo único. Pero también “Petite fleur” actúa como clave simbólica que remite a Antonia, la hija de Laura y José, pequeña flor cuya lateralidad se revela vital, convirtiéndola en subterfugio y respuesta.
Con referencias directas a Tolstoi, Gorki y Dostoievski, Pequeña flor narra una lenta catábasis, el descenso a un infierno hecho de angustia y extrañeza, un subsuelo adonde no está obturada la esperanza del regreso, aunque la redención sea tema de un párrafo siguiente.
viernes, 24 de julio de 2015
Flores negras
Quintín en Perfil sobre La Serenidad, Pequeña Flor y Doña Pola.
Es posible que haya alguna conexión secreta entre la reciente literatura argentina y la botánica. Los últimos tres libros que leí hablan de la vida vegetal. La serenidad de Iosi Havilio termina así: “¡Plantas! ¡Plantas! ¡Somos plantas! ¡Con los frutos en el éter y las raíces en el misterio!” Poco después, Havilio publicó Pequeña flor (2015), que en realidad se llama así por un tema del saxofonista Sidney Bechet, aunque allí el tema de la jardinería tiene su importancia. A su vez, Las constelaciones oscuras, de Pola Oloixarac, se desarrolla a partir de las orquídeas y de las exploraciones de los naturalistas en territorios inexplorados. Se pueden detectar otros puentes entre Havilio y Oloixarac, como la visión de que las ratas pueden apoderarse del mundo, o que ambos nacieron en Buenos Aires a mediados de los 70 y estudiaron filosofía. Y, por qué no, cierta tentación de pedantería, que se advierte tanto en la foto de la solapa de La serenidad, donde el autor posa mirando una partitura de John Cage, como en el epígrafe de Las constelaciones oscuras, que es una frase de Stendhal en latín cuya traducción no es evidente para el lego (Havilio se confía a la vanguardia, Oloixarac a los clásicos). Pero la pedantería no es un pecado grave para los jóvenes escritores.
De todos modos, Oloixarac y Havilio posicionan sus respectivas obras de modos distintos. Havilio lleva construida con sus cinco novelas una reputación de escritor confiable para el medio local. Su obra es variada, virtuosa, pasional y en cada libro asume riesgos, aunque atenuados justamente por la comunidad en la que se inscribe y los parentescos literarios apropiados. Más allá de que en entrevistas Havilio se declare admirador de Aira, de Heidegger o de algunos de sus contemporáneos, hay en La serenidad referencias a Joyce y a Céline; Pequeña flor (otra novela de un yo dinamitado por los procedimientos de la escritura, aunque ambas sean disimuladamente fieles al costumbrismo), se habla de varios escritores rusos aunque su trama falsamente fantástica remite a uno que no se nombra: Nabokov, con sus relatos en los que el narrador se engaña. De todos modos, la de Havilio es una escritura sólida, adecuada a su momento, vital.
Lo de Oloixarac es casi opuesto. Después de Las teorías salvajes, su debatida primera novela, ésta no es otra provocación en clave sino una apuesta a escapar por arriba del mundo gregario y confortable de la literatura nacional. Fernando Montes Vera dice en un panegírico de la novela que Oloixarac “se inscribe en el campo de los escritores que no escriben, sino que van más allá y crean universos”, y también que “es imprescindible en las letras internacionales”. Las dos frases (¡una escritora que no escribe!) servirían para caracterizar y aplastar a Pola como alguien que apunta al mercado comercial alto. Las constelaciones oscuras, novela de ciencia ficción, es una fantasía imaginativa e intrincada con un manejo informado y cuidadoso de las ciencias sociales, de la computación y de la biología. Pero además, hay rasgos de visión y de genialidad, incluso de cierta locura, en esta novela que se hace cargo de la complejidad del mundo y quiere entender su porvenir. Aquí no es el protagonista sino la escritora la que se puede engañar sobre la potencia de una jugada de gran ambición.
Es posible que haya alguna conexión secreta entre la reciente literatura argentina y la botánica. Los últimos tres libros que leí hablan de la vida vegetal. La serenidad de Iosi Havilio termina así: “¡Plantas! ¡Plantas! ¡Somos plantas! ¡Con los frutos en el éter y las raíces en el misterio!” Poco después, Havilio publicó Pequeña flor (2015), que en realidad se llama así por un tema del saxofonista Sidney Bechet, aunque allí el tema de la jardinería tiene su importancia. A su vez, Las constelaciones oscuras, de Pola Oloixarac, se desarrolla a partir de las orquídeas y de las exploraciones de los naturalistas en territorios inexplorados. Se pueden detectar otros puentes entre Havilio y Oloixarac, como la visión de que las ratas pueden apoderarse del mundo, o que ambos nacieron en Buenos Aires a mediados de los 70 y estudiaron filosofía. Y, por qué no, cierta tentación de pedantería, que se advierte tanto en la foto de la solapa de La serenidad, donde el autor posa mirando una partitura de John Cage, como en el epígrafe de Las constelaciones oscuras, que es una frase de Stendhal en latín cuya traducción no es evidente para el lego (Havilio se confía a la vanguardia, Oloixarac a los clásicos). Pero la pedantería no es un pecado grave para los jóvenes escritores.
De todos modos, Oloixarac y Havilio posicionan sus respectivas obras de modos distintos. Havilio lleva construida con sus cinco novelas una reputación de escritor confiable para el medio local. Su obra es variada, virtuosa, pasional y en cada libro asume riesgos, aunque atenuados justamente por la comunidad en la que se inscribe y los parentescos literarios apropiados. Más allá de que en entrevistas Havilio se declare admirador de Aira, de Heidegger o de algunos de sus contemporáneos, hay en La serenidad referencias a Joyce y a Céline; Pequeña flor (otra novela de un yo dinamitado por los procedimientos de la escritura, aunque ambas sean disimuladamente fieles al costumbrismo), se habla de varios escritores rusos aunque su trama falsamente fantástica remite a uno que no se nombra: Nabokov, con sus relatos en los que el narrador se engaña. De todos modos, la de Havilio es una escritura sólida, adecuada a su momento, vital.
Lo de Oloixarac es casi opuesto. Después de Las teorías salvajes, su debatida primera novela, ésta no es otra provocación en clave sino una apuesta a escapar por arriba del mundo gregario y confortable de la literatura nacional. Fernando Montes Vera dice en un panegírico de la novela que Oloixarac “se inscribe en el campo de los escritores que no escriben, sino que van más allá y crean universos”, y también que “es imprescindible en las letras internacionales”. Las dos frases (¡una escritora que no escribe!) servirían para caracterizar y aplastar a Pola como alguien que apunta al mercado comercial alto. Las constelaciones oscuras, novela de ciencia ficción, es una fantasía imaginativa e intrincada con un manejo informado y cuidadoso de las ciencias sociales, de la computación y de la biología. Pero además, hay rasgos de visión y de genialidad, incluso de cierta locura, en esta novela que se hace cargo de la complejidad del mundo y quiere entender su porvenir. Aquí no es el protagonista sino la escritora la que se puede engañar sobre la potencia de una jugada de gran ambición.
martes, 7 de julio de 2015
martes, 23 de junio de 2015
LA FLOR DE MI SECRETO
Radar Libros, 10/05/2015
Desde su debut con Opendoor en 2006, Iosi Havilio viene trabajando en sucesivas novelas con el extrañamiento de un clima fantástico que no cede a las convenciones de género y, a la vez, con una reflexión sobre las formas de la narración. Pequeña flor –novela escrita en un único párrafo– lo confirma en esta línea, pero lo encuentra también más radicalizado en su experimentación literaria.
La novela cuenta la historia de José, un hombre que vive en un innominado punto geográfico que se adivina lejano a toda ciudad. El protagonista, apenas comenzado el texto, sabe que ha perdido su trabajo debido al incendio de la fábrica de fuegos artificiales en donde era empleado. El cambio repentino de su rutina y la de su familia comienza a traerle problemas con su pareja, Laura, madre de su única hija, Antonia. Laura debe volver a trabajar como correctora editorial, sumando así distancia a la ya desapegada relación que tiene con su pequeña hija, la cual siente que la aborrece. José comienza a pasar de un estado a otro, de la inmovilidad a la híperactividad, hasta que en un momento de relativa calma en su alterada vida, decide ir a pedirle a su vecino, Guillermo, una pala para terminar algunos trabajos en el jardín de su casa. A partir de este punto, lo que parecía una novela que buscaba retratar la sensación de derrota de un joven padre de familia cambia totalmente para que se dé, a través de esa insignificante visita, el arribo de las formas fantásticas.
Pequeña flor es un desahogo de escritura: aparentemente escrita de un tirón, compuesta de un solo párrafo que comienza en la primera página y termina en un final ambiguo que hace eclosionar todas las anticipaciones del lector, va visitando diversos géneros que adopta, copia y luego abandona como si se tratase de una escurridiza serpiente que va cambiando la piel, o mejor, de una flor que va renovando sus pétalos. Y las comparaciones naturales vienen totalmente a cuento: hay algo del despliegue de la historia de José que funciona también como una reflexión en torno a la naturaleza y a su pérdida, desde las relaciones humanas (naturalmente buenas pero, en alguna medida, contaminadas por la indiferencia a ese “instinto natural” que hace del protagonista un buen padre, por caso) hasta los pequeños detalles fantásticos, naturales, que abundan en el texto. O inclusive, hasta las propias referencias literarias que el autor deja colar: promediando la historia, abrumado por los hechos que se disparan luego de la visita a Guillermo, el vecino, y del comienzo de las hostilidades con Laura, José se refugia en algunos libros de literatura rusa, específicamente, en varias obras de Leon Tolstoi, uno de los escritores fundamentales para entender ese vínculo entre literatura y el buen vivir en lo natural.
Iosi Havilio se ha dado a conocer en el mundo literario local a partir de su novela Opendoor (2006), la cual fue considerada por muchos críticos como “salida de la nada” (Beatriz Sarlo dixit). Lo que se leía en esa novela era un personaje protagonista (una joven estudiante de veterinaria) que no solo “sale de la nada” sino que persiste en esa nulidad, deambulando entre diferentes puntos geográficos, perdida, insensible con respecto a las cosas que le suceden. Esa misma “nada” aparece otra vez en novelas como Estocolmo (2010), a través de la indiferencia de René, el protagonista, con respecto a los hechos narrados en el libro, y aquí, en Pequeña flor, se manifiesta en la fantástica habilidad que de repente descubrirá José, pero que, estrictamente, es también una forma de indiferencia entre el mundo y el personaje (digamos, la ficción de sujeto), como si no pudiera afectar de ninguna manera el curso de los hechos y sólo fuera un testigo impasible de lo que pasa. Por eso el final es doblemente ambiguo: porque corta de manera abrupta, dejando todo irresuelto en un universo ficcional que espera “algo” (en vez de “nada”), y porque mantiene en suspenso un acto sorpresivo que sólo se puede resolver con la entrada de la novela a un género definitivo: o relato fantástico o tragedia. Novela de umbrales, Pequeña flor abre todas las puertas pero no se decide por ninguna.
Tal como había confesado en una entrevista, Havilio se reconoce como alguien que alquila formas, pero no compra ninguna, reflexión que queda patente en la prosa desesperada de la novela, que avanza y avanza quién sabe hacia dónde. “Siguiendo con la broma –agrega Havilio, entrevistado por Radar–, si en La serenidad, mi novela anterior, me alquilé un conventillo con muchas entradas y salidas, en Pequeña flor se trata de otro tipo de conventillo, o el mismo, pero la salida parece más ordenada. Entre las entradas reconozco el relato autobiográfico, el policial, lo fantástico, la comedia, la confesión. Pequeña flor nace del mismo impulso que La serenidad: en ambos casos me pregunté acerca de la escritura, del oficio, del lugar desde donde se trabaja, acerca del maldito estilo, de la imaginación; y en el camino se estableció un dialogo con escrituras que en la contemporaneidad me interpelan de alguna u otra manera; y ahí rescato dos movimientos que se me hacen vivos: por un lado está eso que se mal nombra literatura experimental: poetas, performers, algunos narradores, por ejemplo Pablo Katchadjian; por otro, está ese fascinante monstruo de mil cabezas que es la obra de César Aira. Me divierte pensar a Pequeña flor como una novelita de inspiración aireana a sabiendas de que la referencia se agota en cuanto comienza a desovillarse el relato. Algunos gestos comunes no hacen a un mundo: se hace evidente con rascar un poco la superficie. Y, volviendo al alquiler, repensando ahora el asunto de la locación de voces y estilos, te diría mejor que, si las cosas salen más o menos bien, el alquilado es uno.”
Narrativa y experimental, tal como el autor la define, Pequeña flor es una historia que se lee rápida y que, como un golpe de euforia, lleva apresuradamente todo a un salto al vacío del que no se sabe qué resultará. Del vecino misterioso con música jazz a los delirios pseudo religiosos de Laura, de la sencillez patrimonio del infante de Antonia a la búsqueda de serenidad en Tolstoi, todo en la novela es un despliegue de colores y formas que tiene también algo de estrictamente visual, sombrío, como las flores, encadenadas ellas también a una pena a la vez natural y estética: tremendamente bellas y cautivantes una vez arrancadas y dispuestas a la muerte.
Desde su debut con Opendoor en 2006, Iosi Havilio viene trabajando en sucesivas novelas con el extrañamiento de un clima fantástico que no cede a las convenciones de género y, a la vez, con una reflexión sobre las formas de la narración. Pequeña flor –novela escrita en un único párrafo– lo confirma en esta línea, pero lo encuentra también más radicalizado en su experimentación literaria.
Por Fernando Bogado
Pequeña flor es un desahogo de escritura: aparentemente escrita de un tirón, compuesta de un solo párrafo que comienza en la primera página y termina en un final ambiguo que hace eclosionar todas las anticipaciones del lector, va visitando diversos géneros que adopta, copia y luego abandona como si se tratase de una escurridiza serpiente que va cambiando la piel, o mejor, de una flor que va renovando sus pétalos. Y las comparaciones naturales vienen totalmente a cuento: hay algo del despliegue de la historia de José que funciona también como una reflexión en torno a la naturaleza y a su pérdida, desde las relaciones humanas (naturalmente buenas pero, en alguna medida, contaminadas por la indiferencia a ese “instinto natural” que hace del protagonista un buen padre, por caso) hasta los pequeños detalles fantásticos, naturales, que abundan en el texto. O inclusive, hasta las propias referencias literarias que el autor deja colar: promediando la historia, abrumado por los hechos que se disparan luego de la visita a Guillermo, el vecino, y del comienzo de las hostilidades con Laura, José se refugia en algunos libros de literatura rusa, específicamente, en varias obras de Leon Tolstoi, uno de los escritores fundamentales para entender ese vínculo entre literatura y el buen vivir en lo natural.
Iosi Havilio se ha dado a conocer en el mundo literario local a partir de su novela Opendoor (2006), la cual fue considerada por muchos críticos como “salida de la nada” (Beatriz Sarlo dixit). Lo que se leía en esa novela era un personaje protagonista (una joven estudiante de veterinaria) que no solo “sale de la nada” sino que persiste en esa nulidad, deambulando entre diferentes puntos geográficos, perdida, insensible con respecto a las cosas que le suceden. Esa misma “nada” aparece otra vez en novelas como Estocolmo (2010), a través de la indiferencia de René, el protagonista, con respecto a los hechos narrados en el libro, y aquí, en Pequeña flor, se manifiesta en la fantástica habilidad que de repente descubrirá José, pero que, estrictamente, es también una forma de indiferencia entre el mundo y el personaje (digamos, la ficción de sujeto), como si no pudiera afectar de ninguna manera el curso de los hechos y sólo fuera un testigo impasible de lo que pasa. Por eso el final es doblemente ambiguo: porque corta de manera abrupta, dejando todo irresuelto en un universo ficcional que espera “algo” (en vez de “nada”), y porque mantiene en suspenso un acto sorpresivo que sólo se puede resolver con la entrada de la novela a un género definitivo: o relato fantástico o tragedia. Novela de umbrales, Pequeña flor abre todas las puertas pero no se decide por ninguna.
Tal como había confesado en una entrevista, Havilio se reconoce como alguien que alquila formas, pero no compra ninguna, reflexión que queda patente en la prosa desesperada de la novela, que avanza y avanza quién sabe hacia dónde. “Siguiendo con la broma –agrega Havilio, entrevistado por Radar–, si en La serenidad, mi novela anterior, me alquilé un conventillo con muchas entradas y salidas, en Pequeña flor se trata de otro tipo de conventillo, o el mismo, pero la salida parece más ordenada. Entre las entradas reconozco el relato autobiográfico, el policial, lo fantástico, la comedia, la confesión. Pequeña flor nace del mismo impulso que La serenidad: en ambos casos me pregunté acerca de la escritura, del oficio, del lugar desde donde se trabaja, acerca del maldito estilo, de la imaginación; y en el camino se estableció un dialogo con escrituras que en la contemporaneidad me interpelan de alguna u otra manera; y ahí rescato dos movimientos que se me hacen vivos: por un lado está eso que se mal nombra literatura experimental: poetas, performers, algunos narradores, por ejemplo Pablo Katchadjian; por otro, está ese fascinante monstruo de mil cabezas que es la obra de César Aira. Me divierte pensar a Pequeña flor como una novelita de inspiración aireana a sabiendas de que la referencia se agota en cuanto comienza a desovillarse el relato. Algunos gestos comunes no hacen a un mundo: se hace evidente con rascar un poco la superficie. Y, volviendo al alquiler, repensando ahora el asunto de la locación de voces y estilos, te diría mejor que, si las cosas salen más o menos bien, el alquilado es uno.”
sábado, 13 de junio de 2015
Una fantasía alucinada
Por Maxi Crespi sobre Pflor
Enie, Junio 2015
“Esta historia empieza cuando yo era otro”. La frase que abre Pequeña flor de Iosi Havilio reverbera sutil sobre la deriva incierta de un proyecto literario arisco, polifacético y trashumante. Cada libro es un nuevo comienzo. No sólo porque en cada uno el autor parezca asumir una nueva relación con la escritura y la imaginación del signo, sino también porque la dispersión de su imagen termina produciendo en el lector la impresión de una literatura posible pero siempre en estado de promesa. Havilio no busca producir una consistencia imaginaria o estilística. Se empeña más bien en escribir desde una ética de la desidentificación, más próxima al vértigo del juego que a la solemnidad de la obra.
El texto confirma esa lógica del corte que signa su programa narrativo. Representa, por ejemplo, un salto abrupto respecto de La Serenidad , la nouvelle que la precede. La unificación del punto de vista en un narrador en primera persona, una trama zigzagueante pero precisa, un universo definido por un espacio familiar y un argumento cuyos conflictos se desatan luego de una alteración en las funciones productivas, da cuenta de una novela cuyo indócil materialismo la sitúa en las antípodas de la afectación abstracta que carga su antecesora. La prosa ágil, alineada y pulida se articula sobre una trama extraña, atractiva, vertiginosa y cambiante. De ese modo, la ficción facilita el tránsito aun por los pastosos pasajes donde se cita obstinadamente a Tolstoi y donde se acumulan referencias a la literatura rusa y a su confeso desafío de “reflejar un fenómeno real, fantástico real”: el que liga la pulsión de muerte al milagro de la resurrección.
Del ajedrez a la cama, del histeriqueo del jazz al sexo violento del tango, la novela se abre camino con una intensidad creciente hacia un final que conviene dejar en suspenso. Como en ciertas novelas de Bizzio, el narrador-personaje acoge su propia transformación sin cinismo y sin resignación, con la claridad liberadora que sucede al desvarío de la pesadilla. Tras la fábula, su imaginación dispone de las víctimas como de muñecos sumisos al orden del sacrificio; pero en el paño de la ficción el deseo se carga lentamente de una ilusión compensatoria que hipoteca todo brote de transgresión al fulgor de una fantasía alucinada.
De la alegoría a la novela, de la tiranía de los conceptos a la arbitrariedad de lo singular, la narrativa de Havilio se imprime como una basculación astuta y eficaz. Avanza suspendiendo el paso, recomenzando siempre, como si ansiara retornar (aun intuyendo la imposibilidad del retorno) a la primera escena de escritura, como si fuera ese otro que se descubre escribiendo el primer libro, el primer párrafo, la primera palabra. En la deliberada elección de ese artificio se juegan su insolencia, su frescura y su vitalidad.
lunes, 25 de mayo de 2015
Carrera del tiempo contra la muerte
El ocio creativo
Reseña de Pequeña flor por RODOLFO EDWARDS para Perfil 24/5/15
La primera escena de Pequeña flor nos introduce en el mundo de José, que narra en primera persona una historia llena de matices, interferencias y lugares. El desencadenante del relato es la pérdida del trabajo del protagonista; a partir de allí, su realidad se quiebra como un espejo y cada pedazo se transforma en una posibilidad narrativa. La nueva situación altera las rutinas y el orden familiar. sumiendo a José en una profunda depresión de la que son testigos su mujer, Laura, y su pequeña hija, Antonia. El obligado ocio comienza a operar como una lenta tortura, los objetos cotidianos se tornan en progresivos enemigos y las paredes de la casa van desplegando unas rejas invisibles que pronto lo convierten en un prisionero de sí mismo. La mente de José entra en ebullición. Como un volcán en erupción, la psicosis de José se derrama por la vecindad provocando hechos extraordinarios. Lo que aparentaba ser una narración lógica de pronto se disloca y Havilio apela a un registro fantástico que enriquece el relato y lo dinamita. Entre panaderas enseñadas, clases de ruso y teorías de Alejandro Jodorowsky se enciende la máquina narrativa de Havilio: un largo suspiro ininterrumpido que nos lleva sin solución de continuidad a un falso final de una historia infinita.
Los episodios de la vida de José se van empastando en una vorágine anfetamínica. El tour de force comienza haciendo guiños al gore más bizarro: la descripción truculenta del asesinato de un vecino que había ido a pedirle prestada una pala para arreglar el jardín de su casa. Entre discos de jazz, vinos y pasos de baile, el vecino Guillermo seduce a José, que rompe el hechizo matándolo pero... resucita al otro día como si nada hubiese pasado y debe repetir el rito sangriento incontables veces. Petite fleur, una vieja canción de Sidney Bechet, suena corno leitmotiv; novelas de Tolstoi y poemas de Maiakovsky amenizan las aventuras de este héroe peculiar.
Pequeña flor es rápida y fulgurante, carrera del tiempo contra la muerte, un tobogán con forma de cinta de Moebius, de puntuación implacable y ritmo infernal que torna imposible el abandono de su lectura.
martes, 19 de mayo de 2015
Pequeñas lecturas
Reseñas y demases alrededor de Pequeña flor
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-5587-2015-05-10.HTML
http://www.telam.com.ar/notas/201505/103969-la-vida-y-la-muerte-en-las-manos-de-iosi-havilio-y-su-libro.HTML
http://www.lanacion.com.ar/1787004-rutina-sorprendente
http://www.martinwullich.com/pequena-flor-de-iosi-havilio/
http://soybibliotecario.blogspot.com.ar/2015/04/pequena-flor-por-iosi-havilio.HTML
http://www.olfamag.com.ar/iosi-havilio-pequena-flor-2015/
http://www.radiosur.org.ar/index.php?id=5008
http://laagenda.buenosaires.gob.ar/post/117691350880/pequenas-catástrofes
http://www.lagaceta.com.ar/nota/636165/sociedad/iosi-havilio-le-hace-frente-al-gran-tema-muerte.HTML
http://www.mdzol.com/nota/605707-el-extrano-don-de-matar-y-que-la-victima-siga-viviendo/
http://www.laprensa.com.ar/433272-Un-hombre-comun-en-medio-del-delirio.note.aspx
http://www.librosdelpasaje.com.ar/l/pequena-flor/360547/9789873650673#.VVt72kJFDmI
http://blog.elalmacendelibros.com.ar/pequena-flor/
http://www.quepasa.cl/articulo/guia-del-ocio/libros/2015/06/247-17102-9-realismo-delirante.shtml
http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Iosi-Havilio-Pequena-flor-inestabilidad-dia_0_1370862932.html
http://evaristocultural.com.ar/2015/06/22/pequena-flor-iosi-havilio/
http://blog.eternacadencia.com.ar/archives/44115
http://www.infobae.com/2015/05/31/1732306-iosi-havilio-me-gusta-pensar-el-escritor-como-un-medium
http://cosario-de-mempo.blogspot.com.ar/2015/06/lecturario-39-hauff-havilio-nacif.html
viernes, 27 de marzo de 2015
Petite fleur
“Esa tarde entendí que lo que creemos
imposible suele estar a tres segundos de distancia.”
Iosi Havilio ha escrito una novela
magnífica e inesperada. Pequeña flor
es un hipnótico y admirable único párrafo, consistente, adictivo, producto de
la prosa de un autor talentoso e inquieto que se inclina por la búsqueda
constante.
Un hecho fortuito y un matrimonio en
plena meseta amorosa son los disparadores de una historia que no para de
crecer, que sorprende a cada paso, hasta llegar al éxtasis, acaso recién, en su
punto final.
domingo, 7 de diciembre de 2014
Somos plantas
El Protagonista sale al jardín equis décadas después. Lleva
una túnica blanca, una sábana prestada con salpicaduras de
fósil. Del mameluco quedan jirones de vida confundidos
con la piel. No está tan viejo como avejentado. Profundamente
deteriorado y solo, verdaderamente solo, no de esa
soledad esquemática que se fraguaba en El Pasado: solo,
solísimo, solo. Los avances tecnológicos superan cualquier
expectativa. Al Protagonista le restan otros doscientos años
de vida sin sobresaltos. La moda es la desintegración paulatina
del bólido social.
El Protagonista apura los seis escalones que lo separan
del nivel del mar. En otras partes el agua bate récords. La
buena onda expansiva de la explosión está haciendo milagros
en la fertilidad de los desiertos. Marte está cada vez
más cerca, Los Colonos se reparten las tierras sin vergüenza,
para tranquilidad de los humanoides de bien, La
Ultraviolencia garantiza la paz interplanetaria. Por lo demás,
ya nadie registra aquel peripatético fenómeno que
los antiguos intitularon “Capitalismo Tardío”. (...)
El Protagonista corre entre hologramas verdes, suspirando,
una túnica blanca, una sábana prestada con salpicaduras de
fósil. Del mameluco quedan jirones de vida confundidos
con la piel. No está tan viejo como avejentado. Profundamente
deteriorado y solo, verdaderamente solo, no de esa
soledad esquemática que se fraguaba en El Pasado: solo,
solísimo, solo. Los avances tecnológicos superan cualquier
expectativa. Al Protagonista le restan otros doscientos años
de vida sin sobresaltos. La moda es la desintegración paulatina
del bólido social.
El Protagonista apura los seis escalones que lo separan
del nivel del mar. En otras partes el agua bate récords. La
buena onda expansiva de la explosión está haciendo milagros
en la fertilidad de los desiertos. Marte está cada vez
más cerca, Los Colonos se reparten las tierras sin vergüenza,
para tranquilidad de los humanoides de bien, La
Ultraviolencia garantiza la paz interplanetaria. Por lo demás,
ya nadie registra aquel peripatético fenómeno que
los antiguos intitularon “Capitalismo Tardío”. (...)
El Protagonista corre entre hologramas verdes, suspirando,
sin consuelo... ¿Qué fue de nuestro jardín? ¿Qué
fue del fresno, de las hortensias, del laurel y del nogal?
¿Qué fue del abedul, de las cañas, de las cortaderas?
¿Dónde cuelgan los helechos? ¿Quién se devoró las moras?
¿Y el cerco de aromáticas? ¿Dónde fueron a morir las
mentas? ¿Qué habrá sido de la glicina, del jazmín y de la
colección de cactus...? Ya no hay rastros del círculo de
malvones... ni de los lazos de amor... ni de la rosa china...
¡Qué haremos sin nuestro jardín!
La Serenidad, p 129/131
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