Comentario de Marcela Gamberini para Tiempo Argentino
viernes, 26 de julio de 2013
viernes, 19 de julio de 2013
Paraísos a la intemperie
A lo largo de este año, se ha hablado mucho de la novela Intemperie, de Jesús Carrasco. Se ha discutido si estaba llamada a convertirse en referente de la narrativa en castellano de la segunda década del siglo. Resultaría hipócrita ignorar las claras influencias de la también archidifundida La carretera, de Cormack MacCarthy, en Intemperie, aunque sólo se traten de influencias temáticas: un niño y un adulto vagando en un entorno brutalmente hostil que luchan por su supervivencia, con la indefensión en la soledad como hilo conductor para personajes y reflexiones.
Entre una y otra, a la mayoría de nosotros se nos pasó por alto la magnífica Paraísos, de Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974), una continuación de la serie que comenzó con su primera novela Opendoor. Aun siendoParaísos, al contrario que las anteriores, una obra de corte minoritario, resulta más adecuada (a pesar de posibles peros) como candidata a referente narrativo de una literatura actual.
Paraísos cuenta la historia de una mujer que de la noche a la mañana se queda viuda y en la calle. Debe cuidar de su hijo de cuatro años. Con él, regresa a una ciudad que se le hace extraña y hostil. Deberá sobrevivir en este entorno, viviendo en una casa de okupas, aceptando trabajos para los que no está capacitada y relacionándose con personas poco fiables.
El parecido con las dos novelas más arriba mencionadas se encuentra en la lograda sensación de desamparo que Havilio transmite a través esa madre incapaz de predecir qué será de ella, ni de su hijo, al día siguiente. Sensación que se traduce en un incómodo desasosiego para el lector, que comparte un continuo presentimiento de peligro con la protagonista.
La diferencia radica en que Iosi Havilio nos enseña que no es necesaria una distopía para establecer un escenario distópico. No hace falta olor a gasolina quemada, teniendo el motor diesel de los colectivos. No hace falta un océano cubierto de ceniza, existiendo parques repletos de basura y ratas. No hacen falta caníbales, cuando la amenaza se halla en uno mismo y en sus propias debilidades. No hacen falta, en definitiva, holocaustos nucleares pudiendo disponer de la ciudad actual: este planeta, este siglo. Aquí, hasta los frutos de un árbol que se llama paraíso pueden provocarte la muerte.
Del mismo modo, tampoco parece necesario involucionar hasta un pasado rural y bárbaro en el que el hambre y las costumbres hacen que se tambalee la condición humana. El mundo es hostil tal cual es. Las amenazas de la sociedad moderna prevalecen, muy reales. Proyectarlas a ningún otro mundo supone un ejercicio estéril, ya tenemos este mundo. La indefensión, la certeza de la soledad y de que la vida no está garantizada, y de que morirás sin que nadie te sujete la mano, por algún motivo absurdo y carente de trascendencia, se nos antoja algo tan propio del hoy como del ayer.
“Primero bordeamos una larguísima cuadra, que en realidad deben ser cuatro o cinco juntas contra la cáscara de una construcción derruida, antiguos depósitos que los carteles prometen convertir en algo deslumbrante y futurista.”
Tanto en Intemperie como en La carretera los personajes escapan de peligros muy concretos producidos por la situación extraordinaria que viven y que afecta a todo lo contenido en sus universos. En Paraísos, sin embargo, no hay enemigo ni situación extraordinaria, por tanto no hay de quién defenderse ni ruta de huída. Sólo existe posibilidad de adaptación. Una adaptación indolente, resignada. En este universo, no hay personajes inconformistas; lo raro es hallar alguno que alberguen grandes sueños, como el pequeño Herbert, que quiere ser jugador de fútbol profesional. Todos los demás tienen suficiente con vivir. Han visto demasiado.
“Como Iris apenas puede mantenerse en pie, la que termina llevando a Simón la mayor parte del tiempo soy yo, y si la espalda al principio parecía que se me quebraba, me voy adaptando y esa puntada molesta entre las costillas se vuelve una parte más del cuerpo. Como todo, pasada la novedad, las cosas dejan de doler o alegrar.”
En esta ciudad que retrata Iosi Havilio a base de enumerar detalles mínimos, lo kafkiano abandona el sentido metafórico para convertirse en una observación objetiva, hiperrealista. La casa ocupada, como las excéntricas posadas de El Castillo, pero tan auténtica. El hospital, como las dependencias del ministerio de justicia en El Proceso, pero tan fácil de reconocer.
“A mi lado, sobre la mesa de luz, hay un busto de Jesús muy colorido, también una cruz de bronce, dos pastilleros compartimentados, pilas de cajas de medicamentos en grácil equilibrio y un celular viejo con la pantalla quebrada.”
Estos escenarios, situaciones y personajes, solo pueden ser descritos por un ojo narrativo desnudo, carente de juicios morales. Sin posibilidad de evolución ni aprendizaje. Un personaje principal, una madre sin nombre, que va aceptando, que asiente a todo. Que nada aprende, sólo se adapta, como el musgo. Del mismo modo, el lector aprende a no juzgar a tal protagonista. La fuerza de las circunstancias resulta tan poderosa que acaba con cualquier reproche.
“Como Iris apenas puede mantenerse en pie, la que termina llevando a Simón la mayor parte del tiempo soy yo, y si la espalda al principio parecía que se me quebraba, me voy adaptando y esa puntada molesta entre las costillas se vuelve una parte más del cuerpo. Como todo, pasada la novedad, las cosas dejan de doler o alegrar.”
Bárbara y distópica. Pero actual y verosímil. Así es Paraísos, de Iosi Havilio. Donde las personas se someten a este extraño mundo real, sin que haya necesidad de imaginar nada peor para ellas.
sábado, 13 de julio de 2013
2:33
El lector anónimo de The Lazy Review of Books tarda dos horas treinta y tres minutos en leer Opendoor y lo comenta en el blog.
Apologies for the delay. Given the season, I've been busy trawling the jobsites in a grimly stoical humour worthy, I think, of The Old Man and the Sea, and then applying, an activity I'm quite sure you don't want to hear any more about. So it's been hectic, and, frankly, quite miserable. It was cheering, therefore, to unexpectedly receive Open Door in the post, via a friend who subscribes to And Other Stories. And Other Stories is quite excellent, and makes me feel rather less desperate about the demise of publishing. Or even, on a good day, faintly positive.
Misjudgements on Havilio's part are rare, although some of the stranger scenarios can stretch the reader's patience a little. One or two of these bizarre happenings have so little connection to other events in the text that they can seem superfluous. Although the dreaminess of the novel is intentional, this too can be overemphasised, slipping into a slack numbness which is less successful. The carefully crafted dislocation can be overstrained too; there are episodes which become almost piecemeal as a result. None of this is really damaging, however, and I couldn't find a flaw half as sustained and striking as the books remarkable accomplishments.
domingo, 7 de julio de 2013
Modernos
Aquí el audio a la entrevista en Radio Colmena junto a la troupe de Nunca Fuimos Modernos. Por Nela Regazzoni, Diego Banfi y Julio César Estravis Barcala.
En la primera parte nos visitó Iosi Havilio, uno de los mejores escritores de los últimos años. Arrancó leyendo un cuento. Iosi publicó tres novelas: Opendoor (Entropía, 2006), Estocolmo (Mondadori, 2010) y Paraísos (Mondadori, 2012). Hablamos de la construcción de personajes y de cómo ellos existen más que el autor.
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