lunes, 23 de junio de 2014

Paraísos marginales


Paraísos según Aviones desplumados (Rubén Arribas)

Le había perdido un poco la fe a Iosi Havilio tras Estocolmo,su segunda novela... Sin embargo, su buen hacer en el libro anterior, Open Door, me ha llevado en estos días a jugar el partido de desempate con Paraísos, su tercera y última novela (al menos de las publicadas en España). Por suerte, este autor argentino me ha ganado de calle y me ha dejado expectante para recibir la siguiente.

Paraísos (Caballo de Troya, 2013) es una suerte de microcosmos «armoniosamente desarticulado» donde cerca de una veintena de personajes deambulan por la vida sin saber muy bien hacia dónde van ni por qué en cada momento, sin hacerse grandes preguntas de por qué están aquí o para qué, pese a que casi siempre van de mal en peor. Son esa clase de gente que suele habitar en la marginalidad y que transita de manera algo caótica por la existencia, es decir, lejos de esa lógica ordenada y lineal que la sociedad nos propone como paradigma de la felicidad. 
La voz que nos habla de esas personas es la de una mujer algo insulsa, incapaz de cualquier atisbo de efusividad o dramatismo por terrible que sea lo que le sucede. Se le muere el marido en la primera página de la novela, la echan poco después de la casa donde vive con su hijo, emigra a la ciudad sin apenas ahorros, se ve incapaz de atender apropiadamente a su hijo, un buen día una amiga quiere involucrarla en el robo de unas joyas... Su vida es una sucesión de cosas espantosas, en general una más grande que la anterior; y, sin embargo, esta voz nos lo cuenta todo como si nada fuera con ella, como si encontrara cierta paz interior en ese sentimiento de ajenidad.

Esa suerte de extrañamiento es uno de sus hallazgos de la novela, pues termina generando un efecto inquietante, perturbador. De hecho, el gran protagonista de Paraísos es Simón, el hijo de la narradora, un personaje que apenas habla en las más de 300 páginas que componen la amalgama de extravíos de su madre. Como solo tiene 4 o 5 años, a poco que tengas cierta sensibilidad, te acuerdas tú más de él que su madre, quien parece olvidarlo en momentos cruciales: cuando cambia el cuarto de una pensión por un apartamento mugriento en un edificio tomado, cuando roba en el lugar donde trabaja, cuando se pincha un resto de la morfina que le inyecta a una vecina que tiene un cáncer terminal, cuando se pone de porros o alcohol hasta perder el sentido... Ya digo, con algo de humanidad alcanza para pensar cada pocas páginas: «Pobre pibe, qué va a ser de él».

El otro hallazgo literario es, precisamente, la relación entre madre e hijo, alejada por completo de los estereotipos «madre bohemia», «madre coraje» o «madre-todo-ternura». Esta es una madre que, por alguna difusa e inextricable razón, en vez de aislar a su hijo de los peligros y cuidarlo para que crezca sano y fuerte, lo expone sin querer a casi todos. En teoría, ella querría evitárselos; sin embargo, su caos mental —su falta de herramientas emocionales o intelectuales para enfrentarse con el mundo— es más fuerte y, de un modo u otro, contribuye a aumentar el desastre que parece envolverla. De hecho, impacta lo suyo que la persona que más tiempo pasa con Simón sea Herbert, un chico algo mayor que él, hijo de un narcotraficante que vive en la misma casa tomada y que cada tanto llega magullado porque su padre lo faja.

Pero, bueno, así de infernales son las leyes de estos paraísos marginales (literarios o no). Tal vez sea cierta esa frase de La fuerza del destino, la ópera de Verdi, que Havilio desliza justo en mitad del libro:«La vita è inferno all'infelice». Bien leída, esa sentencia resume qué viene a contarnos esta novela. La Tosca, Eloísa, Mercedes, Herbert, Sonia, Canetti, Benito, Iris, Axel y compañía no dejan de ser una panda de infelices cuyo infierno parece estar escrito de antemano. Y Simón y su madre, en particular, nos dan a entender que, de seguir por ese rumbo, ellos y quienes vengan detrás están predestinados a ser habitantes de paraísos similares.

*
PD. Aquí se puede leer un fragmento de la novela y aquí una entrevista con el autor.


Actualización del 19/06/14: Hay nueva novela de Iosi Havilio; se llama La serenidad y, de momento, solo está publicada —intuyo— en la Argentina. Por aquí, una entrevista con el autor en Página 12; por acá, el blog de Havilio.

martes, 10 de junio de 2014

El sueño de la reconstrucción


Manuel Quaranta reseña La Serenidad para Vísperas

La serenidad es un quiebre –¿es verdaderamente un quiebre o las problemáticas del escritor de Opendoor y Paraísos se repiten aunque de forma diferente?– con respecto a la producción anterior de Havilio, un lenguaje exuberante atraviesa casi todas las páginas hasta llegar a un paroxismo descomunal plasmado en frases tales como “…hierve la palabra en las cavidades textuales del protagonista y la ilación es un placer inevitable” o “…llorar, llorar, llorar, por los pobres, los muertos, los violentos, los degollados, los consumidores, los poetas, los locos, los militantes, llorar juntos por los benefactores, por los críticos y los mormones, llorar por las plantas que se van muriendo, llorar por nosotros, mucho, por nuestros parientes…y contemplarnos en el lago espejo desde el sillón roto, los pies mojados, chorreantes de pellejos, con el partido de ajedrez abandonado en lo mejor, para estirar el goce”; en este contexto cobra sentido la pintura expuesta en la tapa del libro, Les Oréades de William-Adolphe Bouguereau, en tanto cifra de lo que uno encontrará apenas comience a leer: proliferación incansable de palabras expuestas al sin sentido o a volver todo un engaño.
Iosi Havilio, La serenidad, Buenos Aires: Entropía, 2014, 146 pp. ISBN: 978-987-1768-15-8