martes, 23 de junio de 2015

LA FLOR DE MI SECRETO

Radar Libros, 10/05/2015

Desde su debut con Opendoor en 2006, Iosi Havilio viene trabajando en sucesivas novelas con el extrañamiento de un clima fantástico que no cede a las convenciones de género y, a la vez, con una reflexión sobre las formas de la narración. Pequeña flor –novela escrita en un único párrafo– lo confirma en esta línea, pero lo encuentra también más radicalizado en su experimentación literaria.

 Por Fernando Bogado
 
 
La novela cuenta la historia de José, un hombre que vive en un innominado punto geográfico que se adivina lejano a toda ciudad. El protagonista, apenas comenzado el texto, sabe que ha perdido su trabajo debido al incendio de la fábrica de fuegos artificiales en donde era empleado. El cambio repentino de su rutina y la de su familia comienza a traerle problemas con su pareja, Laura, madre de su única hija, Antonia. Laura debe volver a trabajar como correctora editorial, sumando así distancia a la ya desapegada relación que tiene con su pequeña hija, la cual siente que la aborrece. José comienza a pasar de un estado a otro, de la inmovilidad a la híperactividad, hasta que en un momento de relativa calma en su alterada vida, decide ir a pedirle a su vecino, Guillermo, una pala para terminar algunos trabajos en el jardín de su casa. A partir de este punto, lo que parecía una novela que buscaba retratar la sensación de derrota de un joven padre de familia cambia totalmente para que se dé, a través de esa insignificante visita, el arribo de las formas fantásticas.

Pequeña flor es un desahogo de escritura: aparentemente escrita de un tirón, compuesta de un solo párrafo que comienza en la primera página y termina en un final ambiguo que hace eclosionar todas las anticipaciones del lector, va visitando diversos géneros que adopta, copia y luego abandona como si se tratase de una escurridiza serpiente que va cambiando la piel, o mejor, de una flor que va renovando sus pétalos. Y las comparaciones naturales vienen totalmente a cuento: hay algo del despliegue de la historia de José que funciona también como una reflexión en torno a la naturaleza y a su pérdida, desde las relaciones humanas (naturalmente buenas pero, en alguna medida, contaminadas por la indiferencia a ese “instinto natural” que hace del protagonista un buen padre, por caso) hasta los pequeños detalles fantásticos, naturales, que abundan en el texto. O inclusive, hasta las propias referencias literarias que el autor deja colar: promediando la historia, abrumado por los hechos que se disparan luego de la visita a Guillermo, el vecino, y del comienzo de las hostilidades con Laura, José se refugia en algunos libros de literatura rusa, específicamente, en varias obras de Leon Tolstoi, uno de los escritores fundamentales para entender ese vínculo entre literatura y el buen vivir en lo natural.

Iosi Havilio se ha dado a conocer en el mundo literario local a partir de su novela Opendoor (2006), la cual fue considerada por muchos críticos como “salida de la nada” (Beatriz Sarlo dixit). Lo que se leía en esa novela era un personaje protagonista (una joven estudiante de veterinaria) que no solo “sale de la nada” sino que persiste en esa nulidad, deambulando entre diferentes puntos geográficos, perdida, insensible con respecto a las cosas que le suceden. Esa misma “nada” aparece otra vez en novelas como Estocolmo (2010), a través de la indiferencia de René, el protagonista, con respecto a los hechos narrados en el libro, y aquí, en Pequeña flor, se manifiesta en la fantástica habilidad que de repente descubrirá José, pero que, estrictamente, es también una forma de indiferencia entre el mundo y el personaje (digamos, la ficción de sujeto), como si no pudiera afectar de ninguna manera el curso de los hechos y sólo fuera un testigo impasible de lo que pasa. Por eso el final es doblemente ambiguo: porque corta de manera abrupta, dejando todo irresuelto en un universo ficcional que espera “algo” (en vez de “nada”), y porque mantiene en suspenso un acto sorpresivo que sólo se puede resolver con la entrada de la novela a un género definitivo: o relato fantástico o tragedia. Novela de umbrales, Pequeña flor abre todas las puertas pero no se decide por ninguna.

Tal como había confesado en una entrevista, Havilio se reconoce como alguien que alquila formas, pero no compra ninguna, reflexión que queda patente en la prosa desesperada de la novela, que avanza y avanza quién sabe hacia dónde. “Siguiendo con la broma –agrega Havilio, entrevistado por Radar–, si en La serenidad, mi novela anterior, me alquilé un conventillo con muchas entradas y salidas, en Pequeña flor se trata de otro tipo de conventillo, o el mismo, pero la salida parece más ordenada. Entre las entradas reconozco el relato autobiográfico, el policial, lo fantástico, la comedia, la confesión. Pequeña flor nace del mismo impulso que La serenidad: en ambos casos me pregunté acerca de la escritura, del oficio, del lugar desde donde se trabaja, acerca del maldito estilo, de la imaginación; y en el camino se estableció un dialogo con escrituras que en la contemporaneidad me interpelan de alguna u otra manera; y ahí rescato dos movimientos que se me hacen vivos: por un lado está eso que se mal nombra literatura experimental: poetas, performers, algunos narradores, por ejemplo Pablo Katchadjian; por otro, está ese fascinante monstruo de mil cabezas que es la obra de César Aira. Me divierte pensar a Pequeña flor como una novelita de inspiración aireana a sabiendas de que la referencia se agota en cuanto comienza a desovillarse el relato. Algunos gestos comunes no hacen a un mundo: se hace evidente con rascar un poco la superficie. Y, volviendo al alquiler, repensando ahora el asunto de la locación de voces y estilos, te diría mejor que, si las cosas salen más o menos bien, el alquilado es uno.”
Narrativa y experimental, tal como el autor la define, Pequeña flor es una historia que se lee rápida y que, como un golpe de euforia, lleva apresuradamente todo a un salto al vacío del que no se sabe qué resultará. Del vecino misterioso con música jazz a los delirios pseudo religiosos de Laura, de la sencillez patrimonio del infante de Antonia a la búsqueda de serenidad en Tolstoi, todo en la novela es un despliegue de colores y formas que tiene también algo de estrictamente visual, sombrío, como las flores, encadenadas ellas también a una pena a la vez natural y estética: tremendamente bellas y cautivantes una vez arrancadas y dispuestas a la muerte.

sábado, 13 de junio de 2015

Una fantasía alucinada


Por Maxi Crespi sobre Pflor

Enie, Junio 2015

“Esta historia empieza cuando yo era otro”. La frase que abre Pequeña flor de Iosi Havilio reverbera sutil sobre la deriva incierta de un proyecto literario arisco, polifacético y trashumante. Cada libro es un nuevo comienzo. No sólo porque en cada uno el autor parezca asumir una nueva relación con la escritura y la imaginación del signo, sino también porque la dispersión de su imagen termina produciendo en el lector la impresión de una literatura posible pero siempre en estado de promesa. Havilio no busca producir una consistencia imaginaria o estilística. Se empeña más bien en escribir desde una ética de la desidentificación, más próxima al vértigo del juego que a la solemnidad de la obra.
 
El texto confirma esa lógica del corte que signa su programa narrativo. Representa, por ejemplo, un salto abrupto respecto de La Serenidad , la nouvelle que la precede. La unificación del punto de vista en un narrador en primera persona, una trama zigzagueante pero precisa, un universo definido por un espacio familiar y un argumento cuyos conflictos se desatan luego de una alteración en las funciones productivas, da cuenta de una novela cuyo indócil materialismo la sitúa en las antípodas de la afectación abstracta que carga su antecesora. La prosa ágil, alineada y pulida se articula sobre una trama extraña, atractiva, vertiginosa y cambiante. De ese modo, la ficción facilita el tránsito aun por los pastosos pasajes donde se cita obstinadamente a Tolstoi y donde se acumulan referencias a la literatura rusa y a su confeso desafío de “reflejar un fenómeno real, fantástico real”: el que liga la pulsión de muerte al milagro de la resurrección.

Del ajedrez a la cama, del histeriqueo del jazz al sexo violento del tango, la novela se abre camino con una intensidad creciente hacia un final que conviene dejar en suspenso. Como en ciertas novelas de Bizzio, el narrador-personaje acoge su propia transformación sin cinismo y sin resignación, con la claridad liberadora que sucede al desvarío de la pesadilla. Tras la fábula, su imaginación dispone de las víctimas como de muñecos sumisos al orden del sacrificio; pero en el paño de la ficción el deseo se carga lentamente de una ilusión compensatoria que hipoteca todo brote de transgresión al fulgor de una fantasía alucinada.

De la alegoría a la novela, de la tiranía de los conceptos a la arbitrariedad de lo singular, la narrativa de Havilio se imprime como una basculación astuta y eficaz. Avanza suspendiendo el paso, recomenzando siempre, como si ansiara retornar (aun intuyendo la imposibilidad del retorno) a la primera escena de escritura, como si fuera ese otro que se descubre escribiendo el primer libro, el primer párrafo, la primera palabra. En la deliberada elección de ese artificio se juegan su insolencia, su frescura y su vitalidad.