Al despertar los ojos le devuelven un blanco vivo, poroso, en plan de temblor.
Un blanco sucio, inmenso. Coral y accidentado. Le va a tomar todo un minuto enterarse de que se trata de un pedazo de queso. Queso fresco de verdad. El embeleso y el desconcierto se apoderan como espuma de cada hemisferio de su cerebro. Aleja la cabeza, va y viene para hacer foco, y detrás del queso, por encima del queso, a través del queso, la cara de La Madre se vuelve nítida de a poco. Es una reconstrucción por capas finas... Esa mujer infinita que lo conoce desde la semilla, con sonrisa esquinada de coneja paciente lleva las manos debajo de la mandíbula y con movimientos lentos que administran el aire le pide calma. Tranqüilo, mueve los labios sin decir verdaderamente. Tranqüiiilo. Le reclama silencio racimando los dedos amontonados en la entrada de la boca para que coma. La Madre estaba de pie, se retiraba.
El Protagonista hizo lo que tenía que hacer. El sabor de ese queso consagrado por el recuerdo y las cracks le causaron un bienestar tan hondo y definitivo que le sucedió eso que sólo pocos experimentan a la luz del día. La bandeja de todos los verdes tenía dos platos iguales color salmón. Uno con el bloque de queso, el otro con las galletitas de agua. La madre lo había dejado solo para que el deleite, en la intimidad, se potenciara. Aunque hacía trampa espiando desde el umbral. Tranqüiiilo, le pedía calma... más calma. ¿Cuánta calma?
Antes, con la conciencia en veremos, se había desvestido detrás del biombo pasando su ropa mojada de lado a lado. Suspensión de la mirada y en lo alto de la cómoda había visto la urna de cartón forrada de un punzó descolorido que había fabricado para celebrar La Vuelta de la Democracia. El Protagonista votaba dos o tres veces por día, no siempre las mismas boletas, más bien interpretaba voluntades, oraculaba. Un poco también fogoneando un candoroso fraude. Votaba a peronistas, radicales, al mas, al mid, a la ucedé. Al pi de Oscar Alende. Desmedidamente al pi. El recuento lo hizo el sábado previo a las elecciones y coincidió con los guarismos oficiales del día siguiente aunque sus porcentajes fueran mucho más exagerados.
El queso, tanto queso, lo adormiló. La Madre lo cubrió con la manta a cuadros en la que él había empezado a reptar en tiempos de la lucha desigual, de la indiferencia. La misma, como nueva. A pesar de los vómitos, de los viajes. Todo lo suave que puede ser una colcha. Increíblemente suave. Pero no se durmió, permaneció en una semivigilia. La Madre lo llenó de libros, apuntes, colecciones enteras de revistas con celebridades. Al Protagonista le hubiera gustado agradecer pero ella seguía pidiéndole calma con un movimiento continuo hacia abajo. Calma y silencio. Para que no malgastara sus fuerzas vitales. Tranqüiiilo. Él olvidó las amenazas por un tiempo y habló durante horas de Su Profesor de Literatura sin decir "a".
Fragmento de La Serenidad