viernes, 21 de septiembre de 2012

Un poco de Rock & Roll


Agustín Valle lee Paraísos y escribe para la revista Rolling Stone.

Paraísos de Iosi Havilio

En su tercera novela, el escritor porteño nacido en 1974, retoma personajes de la primera, Opendoor, en una historia que es un casi constante homenaje a la fatalidad. Empieza con la protagonista recibiendo el aviso  de que su marido y padre de su hijito murió atropellado en la ruta. Era un hombre mayor, y en el velorio ella es un ente que casi nadie de la familia de él siquiera saluda. Poco tiempo pasa en plena nada y desidia hasta que la echan de la chacrita donde vivía; resultó ser que no era de él realmente. Con mil quinientos pesos en  el bolsillo y la criatura a cuestas, llega no saber bien por qué a Buenos Aires, monstruo urbano. Recala en un hotel, pega una amiga rumana que la hace entrar trabajar en el zoológico (ella, la protagonista sin nombre, tiene rudimentos de veterinaria), donde otro empleado la lleva al edificio tomado donde vive, para que le dé inyecciones de morfina a una enorme y postrada mujer con cáncer terminal (Tosca, se llama); a cambio que le inyecte su calma diaria, Tosca le habilita un cuartucho para ella y su hijo: de nuevo acepta sin pensar, se deja llevar. En las casi trescientas cincuenta páginas que dura la novela, la protagonista apenas tonta una o dos decisiones, conmovedoramente nimias. Como si casi no fuera un sujeto sino un objeto vivo de las circunstancias, cuando parece que elige algo, en realidad es que deja caer para un lado o el otro de  una disyuntiva. 
Las víboras presas en el serpentario le traen pesadillas; "siempre hay una pizca de incertidumbre sobre lo que puede hacer una vida enjaulada": tal pareciera ser una idea motora y subyacente a la novela, que, rodeando a la protagonista -que de manera exasperante siempre prefiere callar y ver qué pasa- alza un paisaje lleno de tensiones en frágil equilibrio, un modesto panorama de acontecimientos potenciales. En eso, y en la perspectiva distante, como aturdida, como manteniendo sobre lo real el manto de duda que dejan los sueños, Paraísos tiene reminiscencias del cine de Lucrecia Martel. Aquí el entorno es netamente urbano; incluso el zoológico, la Reserva Ecológica, las plazas, funcionan como lugares de stand by, pausas en que el personaje descansa de la saña citadina. Nunca pasa de extranjera en todo sitio, pero, sin embargo, es precisamente su pasividad, su dejarse llevar, lo que convierte a esta mujer casi muda en su paseo arrastrado por las gentes y los bichos y las cosas en un elemento delator de los canales de pasiones y conflictos de la ciudad. 

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