viernes, 22 de marzo de 2013

Un mundo raro


El escritor cruceño Maximiliano Barrientos escribió esta reseña sobre Paraísos para Iowa Literaria.


A una mujer se le muere el marido y su vida comienza de nuevo. Si de algo trata la nueva novela de Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974) es de los comienzos sorpresivos impuestos por una eventualidad que obliga a tomar medidas desesperadas. Paraísos (Mondadori, 2012) retoma el personaje de Opendoor (Entropía, 2006; Caballo de Troya, 2008). Con su primera novela la irrupción de Havilio en la literatura argentina fue toda una sorpresa, ya que era difícil asimilarla, jugaba con dos tradiciones que bien podían pensarse como contrapuestas: por un lado el imaginario de la ciudad, por otro el imaginario del campo. Opendoor establecía líneas de contactos entre esos dos universos. Lo hacía con originalidad y con una escritura poderosa que ganó elogios de escritores como Fogwill y Fabián Casas.
Paraísos retoma la historia de la primera novela. Han pasado unos años y la narradora vive con Simón, su hijo pequeño, en Open Door: un pueblo construido al lado de un hospital psiquiátrico experimental donde los locos caminan libremente por las calles. Su vida cambia súbitamente cuando su marido Jaime, un campesino hosco que le llevaba varios años, muere en un accidente de auto que nunca se esclarece, ya que el conductor que lo atropelló se dio a la fuga. Ese fue el principio de la mala suerte. La charca donde vivían es confiscada y la narradora, con 1500 pesos en el bolsillo, es obligada a retornar a la ciudad, deja ese estado de somnolencia cómoda que había sido su vida durante los últimos años.
Paraísos reproduce el ecosistema marginal de Buenos Aires donde se mezclan inmigrantes paraguayos y rumanos con porteños venidos a menos que trabajan en oficios dudosos, que viven en hoteles de paso y en edificios ocupados por gente que forma una extraña comunidad de derrotados que se protegen unos a otros, todos con historias torcidas. La narradora trabaja en el reptilario de un zoológico en el día y durante la noche se encarga de ponerle inyecciones de morfina a una vieja enferma de cáncer que le permite dormir en una de las habitaciones del edificio ocupado. El universo de la obra se construye en tono a la rareza, pero nunca trata la rareza como lo otro, como lo contrapuesto a un estado de cosas asumido como normal.
Al igual que en su primera novela, Havilio trabaja una subjetividad difícil, impenetrable para el lector (aun cuando la novela es contada en primera persona), donde es imposible dilucidar las verdaderas motivaciones del personaje.  Esa impenetrabilidad para comprender qué la mueve es un acierto: crea misterio, obliga al lector a diseccionar una pasividad aparente que en algún momento producirá (o tal vez no) un estallido donde la narradora exonerará su luto–porque como El hijo, de los hermanos Dardenne, Paraísos trata de cómo se esconde la pérdida a través de la construcción de una cotidianidad aberrante que sirve como coraza que oculta lo que de verdad importa, lo que de verdad se precisa contar y de lo que el lector apenas tiene atisbos. Esa tensión se acrecienta cuando la narradora se reencuentra con Eloísa, quizás el personaje más logrado de Opendoor.  Entonces era una especie de Lolita salvaje con quien emprende una aventura amorosa que casi la destruye. En Paraísos esa Lolita de pueblo creció, ya no es una niña perversa, sino una adolescente tardía que vive rápido y que se convirtió en una artista de la sobrevivencia. Su tragedia, como la del personaje de Nabokov, es que se va haciendo grande, es que su magia se va convirtiendo en polvo. En el primer momento del reencuentro, la narradora apunta: “Detestaba a Jaime, al bebé, me quería a mí pero no a mi vida”.
Narrada desde la objetividad, desde la aparente neutralidad de las emociones, la novela de Havilio construye un fresco de vidas que flotan a la deriva en las zonas menos turísticas de un Buenos Aires siempre furioso, siempre enigmático, siempre extraño.