Por Javier Mattio para La Voz del Interior, 4 de Octubre de 2012
Aunque se presente como una "continuación" de Opendoor, su prometedora primera novela, Paraísos carga de aquella sólo la
anécdota de tomar su final y uno de sus personajes como punto de partida. El
resto se parece mucho más a Estocolmo,
segundo libro del autor porteño en que la contención de Opendoor se abría a un sin fin desencadenado de peripecias
internacionales regidas por un palpable y existencial malestar.
Pero en Paraísos
lo que destaca es una especie de grado cero de intensidad narrativa, que sume a
su usual desfile de situaciones grotescas (en este caso urbanas, ya que todo
transcurre en un desdibujada Buenos Aires) bajo una suerte de ánimo fantasmal
de época, ya sin aturdimientos o vértigos incómodos.
La historia comienza
con la muerte de Jaime, el dueño la chacra con el que la narradora convivía
desde el final de Opendoor, del que
póstumamente descubre que no era el verdadero propietario del campo. El
desalojo no se hará esperar, y la muchacha parte con su pequeño hijo Simón
hacia la capital en un tránsito campo-ciudad que revierte al de Opendoor . Allí se hospeda en la
habitación de una sórdida pensión y consigue trabajo en el reptilario de un
zoológico, y de ambos submundos emergerá una serie de personajes entre
grotescos, deprimentes y graciosos que rodearán a la descriptiva y sonámbula
protagonista.
Si bien la extensión de Paraísos
(350 páginas) atenta contra el continuum
ocurrente pero monótono de Havilio, la novela prueba que su autor sigue siendo
uno de los más "contemporáneos" de su generación, al menos por el
retrato agudo de una pos-ciudad en la que prolifera el extrañamiento constante
de situaciones fragmentarias y sin sentido, a veces asquerosas, otras absurdas,
otros incomprensibles, pero todas reconocibles. En ese sentido, Paraísos sea tal vez la novela más “satírica”
del autor hasta el momento, más que nada
por su capacidad para unir humor y observación, y eso sin ser
"sociológica": su impulso sigue siendo el de la ficción pura, fabuladora.
Es fallida, sin
embargo la alusión a un nivel simbólico y "metanarrativo" de la
novela, en un dibujo de serpientes que la protagonista encuentra y que comienza
a inmiscuirse en sus sueños y del que va recogiendo pistas al pasar: en una
fusión más ideal, ese choque de registros hubiera generado un "paraíso"
menos apaisado y tal vez mucho más cautivante.