viernes, 3 de mayo de 2013

Un ámbito de libertad


Ma. de los Ángeles González lee Paraísos y escribe desde Uruguay para El País Cultural.

Esta tercera novela de Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974) retoma los personajes de la primera que dio a conocer, Opendoor (2006) y se impone con la misma fuerza. En medio, ha publicado Estocolmo (2010), y su obra viene siendo percibida como una renovación de la narrativa argentina. Beatriz Sarlo opinó sobre Opendoor: "Esta novela [tiene] algo que me sorprendió. No obedece a ningún sistema de lectura. Parece salida de la nada". Algo así ocurre con la narradora de Paraísos: también parece salida de la nada; no tiene nombre ni historia, unas pocas referencias a un pasado cercano ofrecen las mínimas pistas que permiten que el lector pueda armar el personaje, aunque no conozca la novela previa. De cualquier modo, la estrategia narrativa obedece al despojo y quien lee debe aceptar el despliegue de un relato desde un punto de vista que deja muchos huecos, sin llegar siquiera a la intriga; apenas pueden acompañarse los acontecimientos que van viniendo sin explicación y casi sin intervención de la voluntad ni la iniciativa de la protagonista.
Lo más impactante es la impasibilidad con que se narran los hechos y se presentan los personajes, desprovistos de valoración moral o afectiva alguna, empezando por el eficaz relato crudo de una muerte y el correspondiente velorio que abren la novela. A partir de allí, la vida de esta mujer joven con su hijo pequeño se va contando, de igual modo, sin emociones ni patetismo, tomando como centro la supervivencia cotidiana, la búsqueda del alimento, el mantenimiento de la vivienda arruinada, hasta que pronto se ven impelidos a salir del dudoso paraíso campestre de "Opendoor", para deambular en busca de lo mismo: techo y comida.
Un cuarto de pensión en la periferia de Buenos Aires, una unidad destartalada en un edificio ocupado, serán los lugares provisorios adonde se va trasladando este hogar que forman madre e hijo, quienes, en su desamparo, son capaces aun de acoger a otros más solos y desamparados.
La casi indiferencia frente a la adversidad y frente al dolor de los otros, la aceptación de un pasado al que no se piden cuentas ni se reclama ante ninguna de sus posibles injusticias, la falta de rebeldía aun en la conciencia del engaño y la explotación, van configurando la acción de la protagonista por medio de una especie de pragmatismo pasivo, cuya clave es el ahorro de esfuerzos en una lucha por la supervivencia basada en la adaptabilidad.
Un submundo que podría parecer pesadillesco si no se pareciera tanto a algunas zonas de la realidad, da estatus novelesco a un Buenos Aires suburbano, donde campea la fealdad, la sordidez y la pobreza, donde los personajes transitan entre los trabajos precarios, el tráfico de sustancias ilegales y las mil y una formas de aprovecharse de otros. Si se destacó en Opendoor la fuerza del erotismo, en Paraísos el deseo está ausente (apenas algún sueño lésbico perturbador y un beso que busca más alejar la soledad interior que acercar los cuerpos), la apatía sexual y la impotencia son más visibles que los gestos exhibicionistas en supuestas orgías que acaban en desastres, con mucha droga, alcohol y violencia, y escaso placer.
A pesar de la austeridad de la prosa, el conjunto permite percibir más de una metáfora: la protagonista trabaja en un reptilario y, al igual que en la vida social, debe aprender sobre las conductas de esos animales rastreros para adaptarse; cada noche combate el insomnio calcando una parte de la imagen de la serpiente enroscada hallada en un viejo libro de zoología que también estudia, y la figura de esa serpiente cierra el libro de Havilio. Más allá de la acomodación a entornos que ofrecen frágiles seguridades, los únicos paraísos que aparecen son los árboles que pueblan las calles suburbanas y también estos esconden un fruto envenenado, aunque debe admitirse que el final ofrece una apertura insospechada hacia un ámbito de libertad.