viernes, 14 de junio de 2013

Modos de narrar


Pablo Jauralde Pou escribe en su blog alrededor de Opendoor, Paraísos, 
Chirbes y Chejfec.

Ahora que tanto se habla de la disolución de la novela, percibo quizá con mayor nitidez el arte de nuevos y nuevos modos de narrar –nunca totalmente nuevos, claro, siempre nos movemos en el ámbito de la narración– que atraen, inquietan y, desde luego, satisfacen al impenitente lector en las playas, las última horas del día –mesita de noche–, viajero de avión o tren.... Quiero ejemplificarlo en tres modos narrativos, sutilmente renovados, que encuentro en tres novelas de ahora (publicadas este año) por escritores, dos de ellos argentinos y el tercero español.

Y lo que leo en ellos podría analizarse ortodoxamente, desde la teoría del género, concediendo siempre que la literatura no son las matemáticas y que la realidad se define mejor sin definirse, entiéndase, sin cuadricular, sino como lugar de conceptos que flotan y varían. ¿Cuándo aprenderemos eso?

En el primero de los casos, que es una secuencia de dos novelas, de argumento enlazado, casi como una primera y segunda parte, el lector se encuentra con una narración de hilo argumental bajo, de intriga casi nula, narrado por la protagonista. Otras muchas carencias podrían indicarse de modo nuevamente teórico; pero la lupa no acaba por descubrir tantas anomalías que expliquen el peculiar sabor de la novela. ¿Por qué?

Porque la materia narrada, lo que constituye el texto de esas páginas, se ha seleccionado de modo continuo y peculiar, hasta el punto de que termina por configurar un estilo que crea el hábito del lector. La peculiaridad estriba en que la narradora cuenta fragmentos, aspectos, de su biografía, aparentemente no seleccionados –se impone el orden lineal y el tiempo sin estridencias–, de modo que podría ser desaliñado, porque va de la observación externa al sucederse objetivo, con exquisito cuidado para no profundizar en reflexiones profundas, en vaivenes sicológicos complejos, en consideraciones sobre materia lejana; y desde luego sin extraer ningún tipo de derivaciones ni conclusiones que vayan más allá de una escueta exposición de lo que está pasando. Baroja, nos dirán, y sus secuelas. Creo que es más que Baroja.
Hay algo más que ese modo de desgranar materia narrable: existe, me parece, un propósito tenaz –una voluntad de estilo– para que se pueda contar todo sin traspasar nunca los límites de la descripción; pero en esa descripción cabe la reflexión y la imaginación de la voz narradora –la protagonista–, que discurre con una pasmosa superficialidad, aunque cuando a las páginas de la novela haya llegado la muerte del compañero (Jaime), la grave enfermedad del hijo (Simón), la degradación absoluta de la vida cotidiana.... No importa, la novela sigue impeturbable su deshilvanar sucesos y enseñarnos personajes.

Las dos novelas de Iosi Havilio a las que me refiero dan mucho más de sí, desde luego; pero voy a enlazarlas ahora con otra bien distinta, también de este año, en la que ocurre casi lo contrario y que, cuando estaba pensando en esta ventana, he visto que se ha reseñado con admiración en muchos lugares. Me parece estupendo.

En efecto, es una curiosa narración que pivota sobre el encuentro de dos personajes en una situación espacio temporal muy reducida, acotada, a partir de la cual se irrradia un extraño universo interno, el de las reflexiones de los dos portagonistas, que se mueven con una parsimonia y amplitud curiosísima, que utiliza el poder de la reflexión para crear círculos de pensamiento cada vez más amplios y complejos, aunque casi nunca más profundo, si por tal entendemos la trascendencia hacia universos ideológicos de los que preocupan a la condición humana. Ese dominio de la intrascendencia a partir de la riqueza de la reflexión es probablemente lo que hipnotiza al lector. Nótese que es un movimiento hacia dentro contrapunto del que subrayábamos en las novelas de Iosi Havilio. Es el único caso en el que voy a poner un ejemplo, y eso por razones logísticas y porque es el más difícil o alejado de un exposición teórica:



La tercera modalidad parece recoger de manera más completa toda la tradición actual de la novela moderna, desde los monólos interiores hasta los diálogos insertados en variedades del relato, de manera que tanto por los cambios de pespectiva como por los juegos de variación en la voz del narrador, el punto de vista y los juegos muy logrados de estilos cambiantes el autor construye un universo casi total y –esto es lo importante– a partir de los personajes, su actuación y expresión, nunca como un narrador que mueve sus marionetas. En efecto, la gran novela de la “crisis”, En la orilla, de Rafael Chirbes, entre y sale en sus personajes y sus circunstancias de modo tan profundo como demoledor, pero en lo que son y hacen, no en lo que piensa Chirbes o un presunto lector. Añadamos que la competencia estilística de Chirbes resulta su mejor instrumento para mantenerse lejos de su credo y regular perfectamente lo que va al texto, con todos los cambios de registro que hagan falta.