Pablo Jauralde Pou escribe en su blog alrededor de Opendoor, Paraísos,
Chirbes y Chejfec.
Ahora que tanto se
habla de la disolución de la novela, percibo quizá con mayor nitidez el arte de
nuevos y nuevos modos de narrar –nunca totalmente nuevos, claro, siempre nos
movemos en el ámbito de la narración– que atraen, inquietan y, desde luego,
satisfacen al impenitente lector en las playas, las última horas del día –mesita
de noche–, viajero de avión o tren.... Quiero ejemplificarlo en tres modos
narrativos, sutilmente renovados, que encuentro en tres novelas de ahora
(publicadas este año) por escritores, dos de ellos argentinos y el tercero
español.
Y lo que leo en ellos
podría analizarse ortodoxamente, desde la teoría del género, concediendo siempre
que la literatura no son las matemáticas y que la realidad se define mejor sin
definirse, entiéndase, sin cuadricular, sino como lugar de conceptos que flotan
y varían. ¿Cuándo aprenderemos eso?
En el primero de los
casos, que es una secuencia de dos novelas, de argumento enlazado, casi como una
primera y segunda parte, el lector se encuentra con una narración de hilo
argumental bajo, de intriga casi nula, narrado por la protagonista. Otras muchas
carencias podrían indicarse de modo nuevamente teórico; pero la lupa no acaba
por descubrir tantas anomalías que expliquen el peculiar sabor de la novela.
¿Por qué?
Porque la materia
narrada, lo que constituye el texto de esas páginas, se ha seleccionado de modo
continuo y peculiar, hasta el punto de que termina por configurar un estilo que
crea el hábito del lector. La peculiaridad estriba en que la narradora cuenta
fragmentos, aspectos, de su biografía, aparentemente no seleccionados –se impone
el orden lineal y el tiempo sin estridencias–, de modo que podría ser
desaliñado, porque va de la observación externa al sucederse objetivo, con
exquisito cuidado para no profundizar en reflexiones profundas, en vaivenes
sicológicos complejos, en consideraciones sobre materia lejana; y desde luego
sin extraer ningún tipo de derivaciones ni conclusiones que vayan más allá de
una escueta exposición de lo que está pasando. Baroja, nos dirán, y sus
secuelas. Creo que es más que Baroja.
Hay algo más que ese
modo de desgranar materia narrable: existe, me parece, un propósito tenaz –una
voluntad de estilo– para que se pueda contar todo sin traspasar nunca los
límites de la descripción; pero en esa descripción cabe la reflexión y la
imaginación de la voz narradora –la protagonista–, que discurre con una pasmosa
superficialidad, aunque cuando a las páginas de la novela haya llegado la muerte
del compañero (Jaime), la grave enfermedad del hijo (Simón), la degradación
absoluta de la vida cotidiana.... No importa, la novela sigue impeturbable su
deshilvanar sucesos y enseñarnos personajes.
Las dos novelas de
Iosi Havilio a las que me refiero dan mucho más de sí, desde luego; pero voy a
enlazarlas ahora con otra bien distinta, también de este año, en la que ocurre
casi lo contrario y que, cuando estaba pensando en esta ventana, he visto que se
ha reseñado con admiración en muchos lugares. Me parece
estupendo.
En efecto, es una curiosa
narración que pivota sobre el encuentro de dos personajes en una situación
espacio temporal muy reducida, acotada, a partir de la cual se irrradia un
extraño universo interno, el de las reflexiones de los dos portagonistas, que se
mueven con una parsimonia y amplitud curiosísima, que utiliza el poder de la
reflexión para crear círculos de pensamiento cada vez más amplios y complejos,
aunque casi nunca más profundo, si por tal entendemos la trascendencia hacia
universos ideológicos de los que preocupan a la condición humana. Ese dominio de
la intrascendencia a partir de la riqueza de la reflexión es probablemente lo
que hipnotiza al lector. Nótese que es un movimiento hacia dentro contrapunto
del que subrayábamos en las novelas de Iosi Havilio. Es el único caso en el que
voy a poner un ejemplo, y eso por razones logísticas y porque es el más difícil
o alejado de un exposición teórica:
La tercera modalidad parece recoger de manera más completa toda la tradición actual de la novela moderna, desde los monólos interiores hasta los diálogos insertados en variedades del relato, de manera que tanto por los cambios de pespectiva como por los juegos de variación en la voz del narrador, el punto de vista y los juegos muy logrados de estilos cambiantes el autor construye un universo casi total y –esto es lo importante– a partir de los personajes, su actuación y expresión, nunca como un narrador que mueve sus marionetas. En efecto, la gran novela de la “crisis”, En la orilla, de Rafael Chirbes, entre y sale en sus personajes y sus circunstancias de modo tan profundo como demoledor, pero en lo que son y hacen, no en lo que piensa Chirbes o un presunto lector. Añadamos que la competencia estilística de Chirbes resulta su mejor instrumento para mantenerse lejos de su credo y regular perfectamente lo que va al texto, con todos los cambios de registro que hagan falta.