jueves, 24 de octubre de 2013

Literatura es música


Aquí las crónicas y algunos ejercicios a partir de la experiencia del Taller de Escritura Musical, Casa de las Américas, La Habana, Cuba, sept 2013.   Via La Ventana.


por Iosi Havilio

Suelo pensar que en mi formación como escritor pesa más la música que las letras. De hecho, estoy convencido de que el elemento esencial de la literatura es la voz del narrador. Todo lo demás, son meras palabras. Ahí está en buena medida el origen del Taller de Escritura Musical que llevamos a Casa Tomada.

Fueron tres días intensos que nos dejaron con ganas de más. La premisa del trabajo fue desplazar por un tiempo el texto del centro de la escritura. Explorar los mundos de ficción (y no ficción) más allá de la palabra, antes de la palabra, asumiendo que cada uno de estos universos está poblado por una multiplicidad de materias y formas. En este caso, la puerta de entrada es la música. Como podría ser alguna otra manifestación, artística o de cualquier tipo. Trabajamos con Macondo, una obra para piano y percusión del compositor argentino Carmelo Saitta.

En la primera jornada, luego de que cada cual hiciera una descripción de la novela, cuento, crónica o monólogo, que proyectaba escribir, escribía o bien ya empezaba a corregir, nos dedicamos a escuchar y desde ahí rastrear los confines de cada mundo. Durante el segundo encuentro, escribimos haciendo foco en el cruce de lenguajes. Finalmente, el tercer día, se leyeron los borradores surgidos de la experiencia algunos de los cuales publicamos a continuación.

por Amalia Boselli

Así como la génesis de un poema sinfónico puede ser una historia, en el T.E.M el origen de una narración puede ser una melodía, un ritmo, la banda sonora de una idea. El material con el que escribimos ya sea ficción, poesía u ensayo tiene sus propias leyes y lo que exploramos en el T.E.M es que esas leyes pueden tener un correlato musical. Y es que con Iosi Havilio nos propusimos un laboratorio donde bucear dentro de una obra musical. Arte de sonidos, un arte abstracto, pero sin embargo cargado de sentido. Elegimos el lenguaje musical porque fue fuente en nuestros propios recorridos, dos estudiantes de composición devenidos escritores, que tal vez compongan piezas para ser leídas. En ese umbral difuso la idea cobra un sentido experimental y las líneas, los movimientos, la escritura analógica forman parte de la escucha activa que alimentan el pre-texto.

El resultado, un intenso trabajo de tres tardes en el encuentro de escritores latinoamericanos de Casa de Las Américas, Casa Tomada, mucho para llevarse a casa y seguir, siempre seguir escribiendo.

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LA LUZ QUE ACECHA

por Yonnier Torres Rodríguez (Placetas, 1981)

I

Julio intenta sacudirse los demonios Se pone de pie Camina alrededor de la sala Quisiera meterse la mano en la garganta agarrar al lobo por el cuello tirarlo al piso darle patadas patadas patadas.

II

Julio abre la ventana mira afuera a la mole compacta de edificios a las decenas de ventanas abiertas a la superficie encabritada del mar Mira adentro al desgaste de cuatro paredes al polvo sobre los muebles a la soledad como un conejo gris señoreando al centro de la mesa Avanza hacia la cocina Abre la alacena La cierra Enciende el fogón se concentra en las llamas azules Toma un cuchillo Quisiera abrirse en dos la barriga atrapar al lobo por el cuello tirarlo al piso darle patadas patadas patadas.

III

Julio regresa al cuarto Tiende la cama La destiendeToma el libro de Herman Hesse que hasta el momento descansaba en la mesita de noche Lo pone boca abajo Camina hasta el baño Se mira al espejo se mira con dureza Intenta que aflore el lobo que muestre todos sus dientes para atraparlo por el cuello tirarlo al piso darle patadas patadas patadas.

IV

Julio sale afuera En la esquina junto al semáforo los autos se detienen Esperan Continúan la marcha Una mujer grita desde lo alto de un balcón alguien le responde Julio se para en medio de la calle no atiende al claxon no mira al frenteEl lobo lo toma por el cuello lo tira al piso y le da patadas patadas patadas.

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LAS CALLES SIEMPRE ESTABAN DESOLADAS

por Maeva Peraza

Las calles siempre estaban desoladas cuando caminábamos juntos, esa era una de las tantas condiciones que acordábamos para salir a dar un paseo, elegíamos una ruta al azar y el camino que comenzaba nos estimulaba a acompañar su soledad. Pero aquella vez fue diferente, siempre hay una vez diferente, solo que no creí que nunca más vería a Alberto de nuevo.

Avanzábamos despacio, no teníamos una meta, pues no pretendíamos llegar a ningún lugar. Alberto me hablaba con su voz pausada, imperceptible, como si lo agotara una ternura milenaria. Nuestro tema eran los amantes fosilizados de Pompeya cuando erupcionó el Vesubio, jugábamos a imaginar los últimos diez minutos de la ciudad antes de ser arrasada por la lava. Él me describía la intimidad de las mujeres en los baños, de la zona de los burdeles, de Estabia y sus fuentes, pero yo dejé de escucharle; me percaté de que ninguna calle tenía salida. Al principio pensé que era un accidente, tal vez el estar sumidos en la conversación nos hacía volver sobre nuestros pasos, pero después de caminar tres kilómetros en círculos comencé a asustarme. Le comenté a Alberto lo que sucedía, él aún estaba hablando de los amantes del Vesubio y me sonrió escéptico, aunque instintivamente, casi al unísono, apuramos el paso y encontramos nuevamente otro callejón sin salida.

Corrimos en vano por media hora, casi jadeando nos detuvimos a la entrada de un parque y nos sentamos a recuperar el aliento, a intentar hacer un plan. Yo le dije que lo mejor era esperar al amanecer, que tenía miedo, que me abrazara, pero él no respondió, se había levantado y caminaba hacia el columpio doble hecho para los enamorados. No entendía nada, mas fui a detenerlo, él me explicó que en el columpio estaba Harry Haller y que debía preguntarle algo. Temí por Alberto, sabía que Harry era un lobo, que era peligroso y que además estaba solo, pero Alberto me tranquilizó cuando me mostró sus garras y me guiñó uno de sus ojos felinos…

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POS DATA

por Cardo

La angustia existe sí.
Como la desesperanza
el crimen
o el odio
¿Para quién deberá ser la voz del poeta? 

Roque Dalton

Camino en una habitación cuadrada, choco y topo con sus muros. Las obras de artistas anónimos para mí me ocultan su mirada: una mujer la esconde entre su pecho y sus piernas, la de la fotografía no me mira, las de la pintura se ven entre ellas, y tu dibujo, que me has dejado como único recuerdo material de ti, mira; pero al igual que las demás, no hacia mí…

Intento ver hacia la ventana como lo hacías y ver el horizonte: imposible.

¿Por qué los días esperanzan con el alba?

Como las manecillas de un reloj las cosas se fueron acomodando… no a nuestro favor, alguien, lo que sea, arruina nuestra existencia.

Cuando me enteré todo se convirtió en escasos murmullos de mi interior; miedo y temor compartido de no saber de ti.

Intentamos ayudarte, no queremos dejarlo así…

Quizá ayude re-descubrirse, gritarlo, mirar hacia atrás: Como un sueño, o mejor dicho como un ensueño antes de conocerte ya te conocía. Fue gracias a ella que pudimos dialogar, hace unos años, en ese jardín.

Silencios hubo muchos, proyectos también, diálogos nunca faltaron, y los disgustos, por fortuna, fueron pocos.

Ahora todo tiene que ser intentar seguir, y recurrir a esa mentada palabra: luchar.

Tú, ahora…

Te pido algo muy difícil para ti: paciencia.

Sobre esta última terrible palabra quiero decirte que también la odio.