Viajes
Mariano Pagés lee Paraísos y escribe este artículo para El Litoral anticipando la presentación del próximo viernes 18 de octubre a las 20.30
en la Librería Palabras Andantes de Santa Fé. La invitación, al pie.
El zoológico como metáfora
Las tres novelas de Iosi Havilio son relatos de viajes y los personajes protagónicos, conforme a las peripecias por las que atraviesan y los diferentes partenaires que los acompañen tendrán un derrotero, por momentos, indiferente a los hechos, y por momentos, vertiginoso.
Narrada en un presente continuo y desde una primera persona impertérrita, “Paraísos” cuenta el viaje de la narradora, el mismo personaje de “Opendoor”, pero esta vez relata el periplo inverso, del campo a la ciudad; un personaje indolente e inmóvil al que le van sucediendo las cosas sin proponérselo, como arrastrado por los acontecimientos. Una mujer joven, casi sin pasado y sin nombre, inicia un derrotero impasible en procura de techo y comida, con un hijo a cuestas, Simón, un pequeño de apenas cuatro años. La narradora de “Opendoor” regresa a “Paraísos” para desandar el viaje que hace en la primera novela.
Un recorrido contingente es el que inicia la narradora con su hijo en “Paraísos”: luego de la muerte de su pareja, Jaime, un amante viejo, bruto y rústico, de quien se enamora en la primera novela, así leemos, en boca de la narradora: “... un recuerdo fugaz de este hombre tosco del que me enamoré sin querer y me desanomoré sin darme cuenta”; una voz extranjera e inexpresiva nos dice: “Después de esta segunda visita, las cosas, por azar o por necesidad se precipitaron. Una acumulación de episodios no tanto graves como significativos terminaron de expulsarnos”, la narradora vuelve a Buenos Aires y recala en un cuarto de pensión, allí conoce a Iris, su partenaire rumana y pasiva, “... con esa mezcla de fastidio e indiferencia tan suya”, dice la narradora, refiriéndose a Iris; la protagonista consigue trabajo en un serpentario de un zoológico y finalmente, a instancias de un compañero de trabajo, un tal Canetti, un ex empleado bancario devenido en ordenanza del zoológico, accede a aplicarle dosis de morfina a Tosca, una enferma terminal que regentea una torre tomada, y le propone vivir allí, a modo de pago. La fauna de El Buti, la torre tomada, es una galería de personajes desolados y marginales - dealers, travestis, lúmpenes-, movidos por la supervivencia, que acompaña algunas de las peripecias de la narradora; la mirada lisérgica que tiene el personaje sobre los habitantes de la torre prefigura en escala el mundo de sobrevivientes marginales con el que le toca socializarse: “El resto, más o menos alegres, más o menos pesados, desfilan delante nuestro sin cesar: Benito, Sonia, Canetti, Herbert, Perico y los chicos duros, en banda. Simón corretea detrás de unas nenitas con caras asiáticas. Las capas de realidad, todo lo que veo, me conducen a un limbo ácido, alucinante”.