martes, 21 de diciembre de 2010

Temor y turbulencias

Por Javier Mattio para La voz del Interior 17/12/2010 

Aunque su objetivo parezca hacer implosionar el género -todos los géneros-, dejando sólo la ficción, la adicción por la narración imprevista, descarnada, como único horizonte, lo cierto es que Estocolmo termina afectando también al mundo exterior, instaurando algo así como una nueva e insoportable náusea contemporánea.

Distanciado del mundo contenido, preciosista y detallado construido en Opendoor, su primera novela, Iosi Havilio (Buenos Aires, 1974) se rige ahora por una escritura abismal, sin bordes, que atraviesa países, épocas e historias dentro de historias distintas sin ánimo de cincelar, ordenar o pulir demasiado. Estocolmo narra -a grandes rasgos- el viaje de René, un chileno que ronda la cincuentena, hacia su tierra natal, después de haberse exiliado en Suecia durante más de 30 años. Así se mezclan evocaciones lejanas de Salvador Allende (con ecos de manifestaciones anti-globalización a la vuelta de la esquina), el acecho de un salvaje amante joven (Boris), de origen eslavo, y una serie de escalas sonámbulas por Madrid, Cartagena, Santiago, hasta el retorno a Suecia.

Pero Estocolmo no es, en ese orden, ni una novela política, ni una paranoica, ni siquiera una de viajes. Es una novela en trance, en el sentido estricto de la palabra, un relato homeostático situado a medias entre la percepción de una subjetividad dolorosa, pasiva, distante, y el movimiento casi imperceptible de un mundo abierto compuesto de una misma y desagradable sustancia. Desde los chats de homosexuales a los monumentos turístico-ancestrales, desde los cines porno clandestinos a las habitaciones solitarias de hotel, todo parece unido por el mismo fluido viscoso, un latir interno que alcanza su clímax en una disco infernal en el seno de Santiago de Chile, en la que René se pierde entre laberintos temáticos, estridencias sonoras y toboganes grotescos que conducen a una obscena "fosa" de cuerpos enredados. Símil arquitectónico al de una novela que combina pisos narrativos y géneros titilantes con la sola intención de vaciamiento, de abandono febril, y todo a caballo de un vértigo anfetamínico y agonizante.

De allí que tanta fabulación hacia adentro estalle hacia afuera, en la forma específica de un malestar narrativo que se hace "existencial", o al menos sensible, como una impresión, un zumbido, una incomodidad. Y tal vez en ese sentido Estocolmo sí sea una ficción "política", la traducción literaria de un mundo infinito y claustrofóbico, concreto y efímero, cuyo principal temor -el mismo de René- es que caigan sus aviones.