lunes, 29 de octubre de 2012

Supervivientes


Entrevista para Eterna Cadencia por Patricio Zunini


En 2007, un desconocido de nombre raro publicaba una primera novela y provocaba cierto tumulto en el mundillo literario argentino. Opendoor de Iosi Havilio se mencionaba como una contraseña entre lectores. El autor, sin embargo, lejos de reclamar en aquellos minutos de fama un reconocimiento excesivo, mantenía un perfil bajo llamativo: pocas entrevistas, pocas presentaciones, se mostraba gentilmente desapegado de los elogios continuos de público y prensa.
Opendoor narraba la historia de una joven estudiante de veterinaria que viajaba a un campo cercano a la colonia psiquiátrica de Open Door para diagnosticar un caballo viejo y, al rodearse de personas tan particulares como ella, descubría allí su lugar en el mundo. Su terreno de supervivencia.
Cuando hubiera sido esperable una secuela de Opendoor, Havilio sorprendió con Estocolmo, una novela muy diferente, más extensa y con un lenguaje trabajado, en la que el protagonista era un chileno exiliado que regresaba a Santiago arrastrando sus fantasmas familiares. Pero, como si jugara a provocar desde lo imprevisto, Iosi Havilio regresa en su tercera novela a los personajes de la primera.
Los cinco años que separan Opendoor de Paraísos son los cinco años que separan a la protagonista que se fue de la que vuelve. La novela comienza con la muerte de su pareja, la obligación de abandonar el campo y el regreso a la ciudad. En el mundo urbano y hostil, ella y su pequeño hijo, deben encontrar en su perfil animal la clave para alcanzar un refugio.

—Siento que esta novela —dice Havilio—, al igual que Opendoor y Estocolmo, es cien por ciento autobiográfica en tanto que hay una búsqueda perceptiva que fui encontrando como forma de supervivencia y que contagio a mis narradores.
En esta entrevista, Iosi Havilio habla de su nueva novela, de cómo evita tomarse en serio la literatura y de la manera en que aborda la política desde la ficción.

Los paraísos de la novela están cargados de violencia.

—Quizás lo violento es el modo en que se dan los lazos entre unos y otros. En este espacio urbano, llamémoslo así, lo violento se vuelve más evidente, menos romántico, menos solapado que en el mundo del campo. Pero es la epidermis de otra cosa: siempre voy a rescatar lo que hay detrás de esa violencia aparente, que es la pulsión de supervivencia.

Es el tema de tus novelas. ¿Por qué la persistencia en el tema de la supervivencia?

—Pero son dos temas. Ese va de la mano con el que lo vuelve un libro y tiene que ver con encontrar un ámbito de búsqueda de esa supervivencia a través del relato. Esa es la clave: encontrar cuántos relatos posibles hay en las supervivencias posibles.

El paraíso del título es un árbol, pero ese árbol tiene unos frutos tóxicos: es como decir que el veneno está dentro del Paraíso.

—Es algo muy bonito. Cuando lo descubrí me dije que era demasiado lindo como imagen. En el mundo y los paraísos que contienen su propio veneno se juntan en la narración que los une. Este libro está plagado de animales. Voy a ser evidente: enjaulados y no. Efectivamente todos son más o menos salvajes, más o menos decadentes, más o menos honestos. En esa más o menos honestidad dentro de la animalidad hay algo paradisíaco, sin duda. Ahora que lo pienso, que ese árbol que tiene unos venenitos colgando que si los comés te pueden dejar postrado se llame así, tiene también algo de honesto.

Paraísos tiene su antecedente en Opendoor, pero resiste una lectura autónoma.

—Sin duda, aunque no me lo propuse. Sucede que hay en ella una idea que no reclama dar cuenta del pasado. Su característica es la de ir hacia delante y —esto que ya se ha comentado mucho—dejarse llevar. Lo interesante es que hace poco estuve fuera de Argentina hablando sobre Opendoor con gente que lo leía por primera vez y me volvían a hablar sobre dejarse llevar. Yo creía con desgano que otra vez iba a responder lo mismo, pero me sorprendí pensando que había algo más y creo que ese algo más lo descubrí justamente en la escritura de Paraísos. Ese dejarse llevar y aparentemente no tomar decisiones tiene un lado estratégico en su vida, en la visión de mundo. Hay muchas decisiones que ella toma sobre las que no habla, pero elige contar sobre las que no tiene decisión.

Llama la atención que la protagonista no sepa cómo tomar una pregunta, un comentario o una frase que termina con puntos suspensivos: ¿le cuesta interpretar al otro o no le interesa? ¿Es una actitud defensiva?

—En su mirada hay cierta soberbia en su mirada. Está buena, es una soberbia positiva. Va en el sentido de supervivencia el hacerse de una armadura. Tal vez haya algo en donde le conviene poner el límite a la percepción. No como comodidad, sino como una coraza que limita hasta dónde explorar el mundo. Esa estrategia es la que creo adivinarle; el dominio del relato nunca es total.

¿Cómo cambia la chica que sale de viaje en Opendoor y regresa en Paraísos?

—En Opendoor tenía un idea de composición y el espacio gigantesco con un loquero al lado era de gran importancia. A medida que fui trabajando Paraísos aparecieron los árboles, los animales del zoológico, el costado salvaje. Allá estaba el mundo de los locos, el mundo animal estaba acá. En Opendoor ella sale sola y en Paraísos vuelve con un hijo. Sin duda, el carácter más animal del mundo animal es la crianza. Es otro viaje. La ciudad no es importante, pero es el viaje de la crianza. Que es de lo que menos se habla, pero es lo que motoriza todo.



El resto por acá.

sábado, 27 de octubre de 2012

Singular


Nicolás Vilela lee la contratapa de Paraísos y escribe una crítica para Inrockuptibles, 9/2012

En la última escena de Opendoor, novela de debut de Iosi Havilio, la narradora y su amiga-amante Eloísa se besaban contra el tronco de un ombú, mientras Jaime, un viejo chacarero con quien la narradora acababa de tener a su hijo Simón, se perdía en un misterioso set de filmación junto con un par de niños, Simón incluido. Paraísos, tercera novela de Havilio funciona como epílogo de esta historia, pues los personajes se repiten, y a la vez abre una dirección distinta, básicamente en cuanto el paisaje urbano se vuelve principal. Tras la muerte de Jaime en un confuso accidente, se descubre que la chacra no era suya y el dueño decide venderle las tierras a un club de campo. La narradora y Simón, entonces, viajan a Buenos Aires, donde sucede el resto de la peripecia.

Pero Paraísos no repone solamente los personajes de Opendoor sino también varios de sus rasgos compositivos: el tono neutro para contar tanto lo banal como lo extraordinario, el carácter narrativo de la prosa junto con sus déficits descriptivos, la oralización de los tiempos verbales en los pasajes repentinos de pasado a presente, el estilo ágil, la falta de profundidad psicológica, las elipsis. El asunto es que, auspiciosas en algunos casos para un primer libro, estas variables pierden eficacia y sorpresa al ser replicadas, especialmente en la medida en que se trata de una novela de casi el doble de extensión. El ámbito reconocible y urbano, que marca una diferencia con Opendoor, tampoco aporta demasiada novedad. En la Buenos Aires de Paraísos aparecen indignaciones ante la concentración del subte en hora pico, una escena de inseguridad, un vendedor de droga en una casa tomada, comentarios sobre el calor del verano, reproducciones miméticas de mensajes de texto, todo lo cual parece más propio de la agenda massmediática que de un mundo narrativo singularizado. 



Sigue acá.

martes, 23 de octubre de 2012

La culebra


Aquí el texto que leí en la presentación de Paraísos.


Cruzar el desierto así descalzo
No es la mejor opción
Aconsejan usar botas de caña larga
Y jeans de tela cruda
Por las dudas y las culebras
Aconsejan llevar agua, brújula, antídotos
Y anteojos oscuros
Por la luz mala  
Que te encandila y te ciega de pronto
Recomiendan también no alejarse del sendero
Mantenerse erguido, la coronilla en el cielo
Y la mirada al frente
Allá en el monte de palmeras flacas
Donde el río se empantana
Pero yo no había tenido una noche cualquiera
Me la había pasado tratando de dar besos
De todas las maneras
Y me había quedado casi siempre en los preliminares
Entre metáforas y hombros
Entre helados y alucinaciones
Chupando el aire y en el mejor de los casos un dedo gordo
Me la había pasado con la boca abierta
Ahuyentando búfalos con la lengua
Desde adentro, para afuera
Como un sapo cazador  
Tímido, desaforado
Antes, en el fogón, hubo canciones y vino espumante
Que habíamos traído de contrabando
Pensando en el futuro
Hasta que alguien alertó: ¿Escucharon esos ruidos?
¿Chacales, maestros, violadores?
Se generó un pánico oportuno
Que encontró solución en el amontonamiento
Dentro de las carpas nos dedicamos mil horas a entreverarnos
A trabar codos, a chocar tobillos, a acribillar luciérnagas
Ahí se dijo de todo, las gargantas a cuchillo
Se dijo: Zarpado, triste y amoníaco
Loco, choto, separación
Se dijo también: Trola, muerte y planetas
Algunos, olimos sangre fresca por primera vez
Otros simularon un sueño pesado
Nadie se atrevió a salir antes del amanecer
Por temor a los búfalos
Que inventados y todo
Dejaron sus excrementos al pie de las estacas
Entre tanto y para siempre  
Yo me había enamorado
Por eso me lancé al desierto así descalzo
Hirviendo como nata
Olvidado del tiempo
Desoyendo todos los consejos
Y en el centro de la nada
Todavía lejos de esas palmeras
Que engordan y enrojecen
Como demonios tropicales
Me convierto en una bola de tentaciones
Una bola azul, frívola, sentimental
Y me agarran unas ganas locas de escribir
Su nombre, mi nombre, todo lo que venga
Entonces, en este instante preciso y duradero
Me doblo, me acuclillo
Para recoger una rama del color de la arena, a rayas
Una vara que me guíe, me consuele
Me sirva de puntero
Pero no es rama ni arena lo que agarro
Me doy cuenta tarde
Sino una culebra, demasiado bien camuflada  
Que pasa de estática a frenética
Y se ata a mi mano como una lanza de goma y miel
La sacudida es tremenda, necesaria
Y ya no nos vamos a poder soltar
Aunque quisiéramos
Mientras que mi piel no se caiga entera
Y ella no cambie todas sus escamas  

viernes, 19 de octubre de 2012

Arrebatado


Ramiro Quintana cuenta la novela para ADN Cultura.


En Opendoor , su primera novela, Iosi Havilio urdía la historia de una mujer innominada -erigida en la voz narrativa-, quien, aun en el sopor frío que le había deparado la desaparición de su novia, se veía impelida a trasladarse, como empleada de una veterinaria, a una chacra del pueblo bonaerense de Open Door para asistir a un caballo enfermo. Allí, casi de manera silvestre, se organizaba un triángulo amoroso formado por Jaime, dueño del caballo y mandamás de la chacra, "un amante bruto, sin recursos"; por Eloísa, una adolescente "bruta, hermosa, elemental", que ponía a prueba sus dotes para el ejercicio de la seducción, y por la protagonista. No obstante, más allá de la trama y los personajes, lo que sorprendía de aquella novela era la prosa de Havilio que, sin renunciar a un laconismo esencial, conseguía poner de relieve una opacidad sugerente, fraguada en la práctica del escamoteo y en el desvío hacia la abstracción.
La referencia a Opendoor no es gratuita, por cierto, ya que esa novela tiene una continuación en Paraísos . Así, la línea argumental de la nueva novela de Havilio comienza a trazarse cuando, poco después del velorio de Jaime -cuya muerte ocurrió en un ridículo accidente vial-, la protagonista, que aquí también oficia de narradora, es desalojada de la chacra de Open Door. De modo que regresa a la ciudad, a Buenos Aires, con su pequeño hijo Simón, fruto de su vínculo con Jaime. Primero recala en una pensión del barrio de Pacífico; allí conoce a Iris -lo más parecido a una amiga, si cabe, que tendrá a lo largo de la novela-, inmigrante rumana de "una sensibilidad extraña, insondable" que trabaja en el zoológico, lugar en el que también empezará a trabajar la protagonista.

 Sigue por acá.

sábado, 13 de octubre de 2012

Extraña


Diego Zúñiga comenta Paraísos para Qué Pasa al otro lado de la cordillera.


Hace más de un año atrás, en estas mismas páginas, Gonzalo Maier escribía: “Hay talentos y talentos. El del escritor argentino Iosi Havilio, por ejemplo, es escribir novelas magistrales sin que nadie se dé cuenta. Ya lo hizo con Opendoor (2007) y ahora lo repite con Estocolmo (2010)”. Y ahora, cuando acaba de publicar Paraísos, podemos decir que ese talento está intacto.
La protagonista y narradora de esta novela no tiene nombre, pero nos empieza a contar su historia y no queremos que deje de hacerlo. Es su voz la que nos guía en un relato que comienza cuando atropellan a Jaime, la pareja de ella, y debe abandonar su casa en Open Door, junto a su hijo, y buscar un trabajo y un lugar en la capital argentina. Ahí comienza un viaje por un Buenos Aires salvaje, extraño, donde ingresa a trabajar en el zoológico y conoce a una serie de personajes algo monstruosos, oscuros, indescifrables, hasta que se reencuentra con Eloísa, la misma de Opendoor, la misma que la llevará hacia la locura.
En tiempos en los que la ficción está puesta en tela de juicio y pareciera que ya no basta con escribir una novela sin cuestionarse el ejercicio de la escritura o indagar en el cruce de géneros -como lo han hecho o lo hicieron Sebald, Foster Wallace o Coetzee-, Iosi Havilio nos entrega una novela que apela a contarnos una historia como lo hizo tantas veces Fogwill, por ejemplo, con una voz extraña, perturbadora, inolvidable.

lunes, 1 de octubre de 2012

Presentación





Paraísos de Iosi Havilio

 Junto a Fabián Casas 
y Romina Paula

Jueves 11 de octubre 19:00 hs.
Libros del Pasaje  
Thames 1762, CABA.