Nicolás Vilela lee la contratapa de Paraísos y escribe una crítica para Inrockuptibles, 9/2012
En la última escena de Opendoor, novela de debut de Iosi
Havilio, la narradora y su amiga-amante Eloísa se
besaban contra el tronco de un ombú, mientras Jaime, un viejo chacarero con
quien la narradora acababa de tener a su hijo Simón, se perdía en un misterioso
set de filmación junto con un par de niños, Simón incluido. Paraísos, tercera novela de
Havilio funciona como epílogo de esta historia, pues los personajes se repiten,
y a la vez abre una dirección distinta, básicamente en cuanto el paisaje urbano
se vuelve principal. Tras la muerte de Jaime en un confuso accidente, se
descubre que la chacra no era suya y el dueño decide venderle las tierras a un
club de campo. La narradora y Simón, entonces, viajan a Buenos Aires, donde
sucede el resto de la peripecia.
Pero Paraísos no
repone solamente los personajes de Opendoor sino
también varios de sus rasgos compositivos: el tono neutro para contar tanto lo
banal como lo extraordinario, el carácter narrativo de la prosa junto con sus
déficits descriptivos, la oralización de los tiempos verbales en los pasajes
repentinos de pasado a presente, el estilo ágil, la falta de profundidad
psicológica, las elipsis. El asunto es que, auspiciosas en algunos casos para
un primer libro, estas variables pierden eficacia y sorpresa al ser replicadas,
especialmente en la medida en que se trata de una novela de casi el doble de
extensión. El ámbito reconocible y urbano, que marca una diferencia con Opendoor,
tampoco aporta demasiada novedad. En la Buenos Aires de Paraísos aparecen
indignaciones ante la concentración del subte en hora pico, una escena de
inseguridad, un vendedor de droga en una casa tomada, comentarios sobre el
calor del verano, reproducciones miméticas de mensajes de texto, todo lo cual
parece más propio de la agenda massmediática que de un mundo narrativo
singularizado.
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