sábado, 27 de octubre de 2012

Singular


Nicolás Vilela lee la contratapa de Paraísos y escribe una crítica para Inrockuptibles, 9/2012

En la última escena de Opendoor, novela de debut de Iosi Havilio, la narradora y su amiga-amante Eloísa se besaban contra el tronco de un ombú, mientras Jaime, un viejo chacarero con quien la narradora acababa de tener a su hijo Simón, se perdía en un misterioso set de filmación junto con un par de niños, Simón incluido. Paraísos, tercera novela de Havilio funciona como epílogo de esta historia, pues los personajes se repiten, y a la vez abre una dirección distinta, básicamente en cuanto el paisaje urbano se vuelve principal. Tras la muerte de Jaime en un confuso accidente, se descubre que la chacra no era suya y el dueño decide venderle las tierras a un club de campo. La narradora y Simón, entonces, viajan a Buenos Aires, donde sucede el resto de la peripecia.

Pero Paraísos no repone solamente los personajes de Opendoor sino también varios de sus rasgos compositivos: el tono neutro para contar tanto lo banal como lo extraordinario, el carácter narrativo de la prosa junto con sus déficits descriptivos, la oralización de los tiempos verbales en los pasajes repentinos de pasado a presente, el estilo ágil, la falta de profundidad psicológica, las elipsis. El asunto es que, auspiciosas en algunos casos para un primer libro, estas variables pierden eficacia y sorpresa al ser replicadas, especialmente en la medida en que se trata de una novela de casi el doble de extensión. El ámbito reconocible y urbano, que marca una diferencia con Opendoor, tampoco aporta demasiada novedad. En la Buenos Aires de Paraísos aparecen indignaciones ante la concentración del subte en hora pico, una escena de inseguridad, un vendedor de droga en una casa tomada, comentarios sobre el calor del verano, reproducciones miméticas de mensajes de texto, todo lo cual parece más propio de la agenda massmediática que de un mundo narrativo singularizado. 



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